lunes

De la mujer estafadora y el hombre idiotizado.

Una tarde primaveral de temperatura cálida, sentados en la terraza de un chiringuito en el que la luz del sol atravesaba los espacios entre las laminas de madera oscura de una persiana que se mecía al compás de una suave brisa, haciendo que la sombra sobre el suelo creara una falsa sensación de encontrarnos navegando al pairo en un viejo navío. Apoyados en una mesa de madera rugosa y mal lijada cual lobos de mar contando viejas historias,  me encontraba con un par de buenos compañeros tomando unas cervezas, saboreando cada trago refrescante que bañaba la garganta, notando estallar cada  burbuja en el paladar.
Uno de ellos, el más joven, alto, delgado, barbilampiño y de mirada rasgada, contaba su reciente experiencia con una mujer.
La conoció durante una noche, se fijó en ella nada más entrar, casi de su misma estatura con una melena hasta la cintura de pelo castaño oscuro, liso, y con destellos azabache. La cara blanca como la leche, haciendo contraste con unos labios gruesos pintados de rojo con forma de fresa, resaltando como lo haría una amapola en medio de un gélido glaciar, de unos ojos verdes tan intensos que tratar de mantenerle la mirada fija le turbaba, adornados por unas pestañas tan largas que tumbado bajo ella a pleno sol, la sombra de las mismas no tendría nada que envidiar a las hojas de las palmeras de un oasis en medio de un desierto.
Continuaba el zagal, entre trago y trago, con la descripción de la hermosa fémina, entre asentimientos y monosílabos de afirmación y sonrisas de complicidad de su auditorio, describiendo las curvas de su cuerpo.
Sus pechos generosos e insinuantes, se dejaban entrever, por la apertura de la camisa, con un botón desabrochado intencionadamente demás de lo que seria correcto para acudir a misa por las mañanas, pero que por la hora y el lugar, era lo normal, justo y adecuado.
De cintura estrecha y caderas anchas, pero lo razonable para  sujetar un culo que terminaba de forma respingona, desafiando la ley de la gravedad, con unas piernas delgadas y firmes dentro de un pantalón fino y ajustado tanto a su cuerpo, que si hubiese sido del color de su piel hubiese parecido que iba desnuda.
El perfume embriagador, el roce de una mano sobre su antebrazo, en el que los delicados dedos terminaban decorados con unas perfectas uñas esmaltadas, con las que araño suavemente su piel, haciendo que un escalofrío recorriera su espalda. Un leve roce de los labios en  el lóbulo cuando le decía algo al oído, que automáticamente provocó que hasta el último pelo de su cuerpo se erizara, hicieron  que deseara conquistar a esa mujer a toda costa, y lo consiguió.
En ese momento paró su narración y se bebió lo que quedaba de cerveza en su jarra, pidiendo a la camarera, que se encontraba tras una barra de madera de troncos estrechos serrados por la mitad, secando unos vasos, otra ronda, nosotros entretanto, halagábamos al joven con insultos cariñosos y sonrisas tontas la suerte de nuestro compadre, pero él con gesto serio, alzó las manos pidiéndonos calma y continuó su historia.
Como buen caballero, obvió los detalles de su noche de amor y se fue al amanecer. Cuando despertó, se encontraba en la cama de la habitación de un hotel al que no recordaba haber llegado. Las grandes ventanas estaban abiertas, el sol de las primeras horas bañaba las paredes en un tono anaranjado, la brisa del mar mecía las finas cortinas blancas, arrastrando el aroma del agua y la sal al interior de la sala.
Pudo escuchar el agua de la ducha en el baño y recordó a su Afrodita, que en ese momento cerraba el grifo y salía envuelta en una toalla.
Sus brazos se tensaron cuando sus manos trataron de aferrarse al colchón del susto que se dio, no era ella..., o sí..., se le daba un aire pero... Ella al verle despierto le sonrió, se soltó la toalla quedándose como Dios la trajo al mundo, acercándose gateando desde los pies del colchón. Él, sentado, apoyado sobre el respaldo de la cama se tapaba con la sabana apoyando las manos sobre su pecho cual joven virgen inexperta en la noche de bodas.

Saltó de la cama y se encerró en el baño.
No comprendía que había ocurrido, apoyado en el lavabo intentando recordar el momento de la noche en el que perdió a la mujer de sus sueños para cambiarlo por un sucedáneo de esta, observó algo que le abrió los ojos y nunca mejor dicho.
En un pequeño bote transparente flotaban unas lentillas de color verde, junto a este unas pestañas postizas, de una percha tras la puerta colgaban unas extensiones de pelo negro.
Registró nervioso la bolsa de aseo, encontró, un grueso perfilador de labios, una caja de uñas postizas, y una maquillaje blanco como la nieve.
Sobre un taburete de plástico reposaba un sujetador con relleno y una braga-faja con una etiqueta que ponía “Elevaitor”.
Se giró mareado apoyando la mano derecha en la puerta cerrada con la cabeza gacha tratando de tranquilizarse, pudo ver en el suelo unos zapatos con un tacón de diez centímetros y el pantalón vaquero que recogió y estiró comprobando que era de un elástico tan poderoso que ya lo hubiese querido el de niño para fabricarse un tirachinas.
— ¡Que decepción! Me sentí estafado.
— ¿Y que hiciste?—. Preguntamos al unísono nosotros.
Él con la cabeza baja y girándola lentamente lamentándose de su experiencia terminó su historia.
Salió del baño preocupado, la estafadora le miraba con cara expectante, le preguntó que le ocurría, él le interrogó temeroso si al menos era una mujer, ella se puso histérica le insultó y arrojó la lámpara de la mesita de noche que se hizo añicos contra la pared, él recogió sus ropas y salió corriendo por el pasillo en calzoncillos y sin mirar atrás.
Nos quedamos mudos, tratando de imaginarnos la situación y ponernos en su lugar, se acostó con una Diosa y se levantó con un Orco, bueno, por lo menos era una Orca.
Le tratamos de animar con palmadas en la espalda, a todos nos puede pasar, las mujeres son lo peor, nos engañan con trucos de magia haciéndonos pensar que son otra cosa, hay que tener cuidado con los cantos de sirena.
En el momento en que nos encontrábamos renegando del sexo contrario de sus triquiñuelas, maldades y poder de manipulación, la camarera, una joven rubia de pelo corto de poco más de un metro y sesenta centímetros, vestida con una camiseta blanca de tirantes en la que se transparentaban la aureolas de sus pezones, y pantalón corto, muy corto, con el ombligo al aire, y una piel brillante y bronceada depositaba la ronda de cervezas sobre la mesa. Los tres quedamos en silencio observándola con las bisagras que sujetaban nuestras mandíbulas abiertas, nos regaló una sonrisa a uno, un guiño a otro y sobre el último a la vez que se marchaba apoyaba sutilmente la mano sobre su hombro, para preguntarnos con una voz suave y melosa si queríamos algo más. Los tres movimos la cabeza negativamente con cara de  embobados.
Se alejó contoneando las caderas, los tres admirabamos la parte más baja pero a la vez más noble de su espalda, hipnotizados por ese movimiento pendular que nos hizo olvidar instantáneamente, la mala experiencia de nuestro amigo, para mirarnos y sonreír tontamente, acompañando la escena de soplidos y gestos más propios de un simio y confirmar con los otros lo buena que estaba la gachí. 







 
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8 comentarios:

  1. Muy bueno, si señor. Pero...¿¿basado en hechos reales?? Jaja.

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    1. La realidad siempre supera a la ficción, pero de lo que estoy seguro albertoxu es de que tú no hubieras salido corriendo por el pasillo.
      Te leo la mente siendo tú el protagonista: Joder qué estafa, pero en peores plazas hemos toreaó, tampoco está tan mal, el hotel ya está pagado a lo mejor con desayuno incluido y después de todo no se mete todos los días. je je je.

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  2. la verdad es q las mujeres hemos caído muy bajo a la para conseguir una MÍSERA conquista, nos disfrazamos para aparentar lo q no somos y luego keremos q se fijen en nuestro interior, hay q ser hipócritas.
    A ellos les basta con sólo ir al gym y marcar fibra con unos vakeros y una camiseta, y nosotras tenemos q enseñar tetas y culo, para q se fijen en una.
    Lo q se nos ha olvidado es q ellos camuflan: 1° los músculos xq es a base d consumir productos q luego se deshinchan, 2° se ponen unos calcetines para aparentar lo q no tienen, 3° toman pastillas o productos para poder estar a la altura.
    Hemos llegado a la historia d la cabra y el lobo fero q tiene q enseñar la patita x debajo d la puerta y aún así, nos la comemos con patatas.
    MUY BUENO EL ARTICULO.

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    1. Si bien es cierto que estuvo muy de moda lo del hombre metro-sexual, que yo los he conocido que se depilaban el culo, se ponían tanga y se teñían el pelo, cosa que no comparto pero respeto, por que, además, resulta que triunfaban entre las féminas. Tengo que ratificarme en lo expuesto y es que la debilidad del hombre es el instinto primario de reproducción, y la mujer se aprovecha de ello, pero a la vez es su perdición, y me explico, no habrá una mujer en el mundo que se ponga un vestido elegante con un generoso escote, que vuelva frustrada a su casa si no ha logrado llamar la atención de algún macho reproductor.

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  3. Le pasó algo parecido a lo de este vídeo:
    http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=QLO-m6HOlFY

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  4. La historia está muy bien escrita, resulta amena. El trasfondo de la misma es real. Vivimos para las apariencias, somos tan superficiales que nos quedamos con lo que se ve, aunque sea un espejismo. Las mujeres se disfrazan de putas porque los hombres, en general, solo miran a las que lo parecen o lo son. Los hombres se transforman en supermanes, como si la fuerza de caracter estuviera en los músculos de los pectorales, en lugar de en la sesera.

    Tanto aparentar lo que no se es puede que se deba a que no nos gusta lo que somos. Y así nos perdemos en ir y venir de unos a otros buscando... no se qué, insatisfechos y solitarios... pero eso sí, después de un polvo en la oscuridad.

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    1. Me halaga tu comentario Rosa, como el de todos los que me leen. Pero que venga de una maestra de las letras es mucho más reconfortante.

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  5. Toda esta anécdota, me recuerda a un capítulo del Príncipe de Bel-Air (no sé si "Bel-Air" se escribe así o "Bel-Aire" y no tengo ganas de buscarlo en Google).
    Termino aquí mi paseo por tu sitio en esta noche en que me he visto privada del sueño por designios del capullo de Morfeo, que, seguro, andaba decepcionado por haberse dado cuenta de que la mujer de sus sueños era sólo eso: Un sueño. Y va y lo paga conmigo por el simple hecho de ser mujer, jeje.
    Me he reído con tu artículo y lo he disfrutado. La verdad es que da de pensar.
    Como decía Rosa, estamos en un mundo bastante superficial y muchas mujeres, deseando gustar, caen en el artificio de manera escandalosa. No obstante, también ocurre eso con los llamados "metro-sexuales" que, por cierto, no me parecen nada atractivos de puros femeninos que son.
    Una vez salí con uno, hace unos cien años y me sorprendió que, por primera vez, en unas vacaciones, el hombre llevara más maletas que yo; y que nada más llegar al hotel, invadiese los armarios con su ropa y el baño con sus potingues. Demencial...También digno de novela, chascarrillo o artículo.
    Felicidades por tu blog. Engancha y eso es lo propio de un buen escritor. Ya seguiré otro día. Voy a ver si Morfeo se despista y me deja dormir un rato.
    Saludos, buenas noches-días...

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