sábado

La vieja colandera

Todos vamos con prisa, una expresión muy común— “ No tengo tiempo”. Es cierto que entre el trabajo, llevar los nenes al cole, la cita para el médico o el dentista. Los compromisos sociales, la boda, el cumple o la visita de los amigos. Que además, te restan tiempo en preparativos, comprar el regalo, ir a la peluquería, hacer la compra. Toca pasar por la farmacia. Por el banco para devolver el recibo de los capullos del teléfono móvil. Por correos para el aviso que dejaron en el buzón, que espero no sea otra carta informando de una nueva multa de radar. La cita para la declaración de hacienda, donde siempre me atiende el más esaborío y me quedo con la duda de que lo haya puesto todo en la casilla correspondiente. Vuelta a recoger los nenes al cole, los llevas a la clase de inglés, la tutoría con la profe, —el niño tiene que leer más en casa porque en la clase no les da tiempo.
Regresar a la morada. ¡Hogar dulce hogar! Preparar el baño, la cena, la ropa de los niños para el día siguiente que hay una excursión. El sábado toca zafarrancho en casa, que las pelusas están cobrando vida y tienen pinta de formar una revolución. Si sumamos a todo esto, tratar de ir al gimnasio para la operación bikini, seguir dando vueltas en la cabeza al follón en el curro, y la imperiosa necesidad de descansar de seis a ocho horas durmiendo, comer algo y cinco minutos para un cafelito ¡Por Dios!... Es verdad que no tengo tiempo.
Pero de repente entre todas esas gestiones en las que uno tiene que trasladarse de un sitio a otro y hacer cola educadamente hasta que te toque el turno, se cruza en tu camino “la colandera”. Señora enjuta, vestida de negro, de pelo cano y mirada aguileña, rostro pálido y con gesto mustio. Que no tiene nada que hacer. Seguro que vive sola, en una casa pequeña que tiene relimpia de pasar el mocho tres veces al día. Come como un pajarillo, no duerme más de cuatro horas y su mayor preocupación es dar de comer a los cien putos gatos, que rondan en la puerta de su cueva ronroneando, meando, cagando y procreando en su área de influencia.
Justo en el momento que te van a atender, aparece y se cuela. En la mercería, la farmacia o la pescadería. La falta de costumbre, el despiste y la educación hacen que te quedes con la boca abierta. Coño la vieja colandera me ha embrujado, que cabrona como se me ha colado. Encima te mira de soslayo y tú ves que te observa y está pensando “ Para la próxima espabilas, que estás empanao.”
Te dan ganas de darle una colleja, pero piensas ZEN ZEN. Respiras hondo, cuentas hasta diez. Después de todo la vieja tiene prisa, igual se muere mañana porque debe tener cien años. Controlas el alien que quiere salir de tus entrañas y partirla por la mitad. Te atienden, pagas, te marchas, te montas en el coche, un atasco en la salida de la autovía. Esperas pacientemente en la caravana de vehículos que se mueve a paso de tortuga, respetas la distancia de seguridad con el que te precede y en ese hueco justo cuando ya salías del atasco, se te cuelan por la izquierda. ¿Tendrá cara? No te aguantas tocas irritado el claxon(se escribe así). El jeta que se te ha colado mira por el retrovisor.
¡Coño, la vieja colandera!
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4 comentarios:

  1. Ostrás... menudo ajetreo. Mi vida es algo más... podríamos decir distinta, ni mejor ni peor, pero opuesta desde todos los ángulos y puntos de vista. Si es cierto que los hijos se llevan su tiempo, pero vivo justo enfrente del colegio (6 metros de mi puerta a la del centro, una vez que los veo como forman en las filas en su patio, llega la hora del café. Siempre aparecen los amiguetes que trabajan en el Paro, nos tomamos el sorbo amargo y después me piro con mi bici de montaña al monte. A las 13 tengo que ponerme en la cocina, así que abro una cerveza, hago el guiso y a las dos, me siento en la entradita de casa, tomando el sol con mis DOS CARIÑOSOS GATOS. Una vez hemos comido, vemos Saber y Ganar, juntos. Siesta al canto, luego me los acerco (siempre caminando por el pueblo) a las piscina. Zas... otra hora libre, mientras ellos nadan, leo en la cafetería de la piscina. Cuando ellos acaban, llega mi esposa de currar, entonces le coloco a la tribu jíbara y me voy a comprar las cosillas que hacen falta, para que la cocina no se entristezca. Llego del super, cansado de escotes, falditas, etc..., cenamos y a repasar mis cosicas de internet. A la cama y hasta mañana.

    Ciertamente tengo suerte, no tengo ninguna colandera que se me anguilice en la vida, pero si hubo una época en la que ve mi inmerso en ese tren estresante del que hablas, en el que cualquier intrusión por parte de esas oscuras visiones me ponia de los nervios. Hoy día la vida en un pueblo, pueblo de los de campo y huerta hace que la vida se me haya relajado.

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    1. Estoy seguro que te has cruzado con ella, quizá, el ir sin prisa o no tener que estar esperando un rato en una cola, empañen el momento en el que se te cuela, pero está por ahí, no lo dudes. Lo peor es que se cuela por el placer de hacerlo, no tiene nada que le urja, su mayor tarea, dejar que su sistema parasimpático la mantenga viva. Pero ella, se cuela. Te mira y dice -BISOÑOoooo QUE ME COLAO.

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  2. Hola, qué bueno!!! La verdad es que yo también sufro en silencio a las viejas colanderas... Lo que pasa es que por aquí suelen parecerse más a las marujas de los Morancos que a la Vieja al Visillo de Mota...jeje.
    Es indignante... Pero ¿Qué hay de las que dejan la bolsa en el súper delante de ti y se van y poco a poco la van llenando? Un tío mío, harto de injusticias de este tipo, hace su mala acción del día llenando estas bolsas de todo lo que se encuentra y cuando la vieja llega a la caja, lo flipa...
    En fin, qué le vamos a hacer. Estamos divididos en este mundo los descendientes de Job y los de Caín ;-) Salu2

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  3. Con lo ajustada de tiempo que siempres estás, como se te cuele la vieja, tu le das con la vara, bueno, con el libro que tienes dos, ja ja ja.

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