lunes

¿Por qué queremos tener hijos?

Muchos se lo habrán preguntado, seguro que se ha escrito sobre el tema, incluso habrá algún libro que verse sobre el asunto, pero como lo mejor es la sabiduría popular, yo lo he estado preguntando a amigos y conocidos  de diferente condición.
Y por sorprendente que pueda parecer, no hay un motivo contundente. En una decisión que debe haber sido meditada, valorando pros y contras, al interrogar sobre el porqué, las respuestas son ambiguas.
Evidentemente hay un alto porcentaje de motivación en el instinto primario que nos obliga a perpetuar la especie, y garantizar así la continuidad de nuestros genes. Pero no es menos cierto, que esos instintos animales los controlamos bastante bien, y hoy en día, no vamos dando garrotazos en la cabeza a las hembras fecundables, arrastrándolas de los pelos  a la cueva para poder procrear ( al menos la mayoría de nosotros.)
Sabiendo que la vida no es un camino de rosas, o lo mejor sí, pero las rosas tienen un tallo repleto de espinas y cuando se te van clavando escuecen una barbaridad, y además, el camino para unos, es cuesta arriba, pedregoso y con viento en contra, y para otros, llano, cubierto de un mullido césped y con el viento a favor.
 Pero cualesquiera que sea el camino que toque andar, no renunciamos a tener hijos.
 Es verdad que influyen las condiciones sociales, económicas, culturales, religiosas, el entorno y otros mil factores que hacen imposible consensuar una sola respuesta.
Cuando comenté que estaba convencido que el tener hijos era una cuestión del reloj biológico de la mujer y que el hombre simplemente se dejaba llevar, hubo dientes y gruñidos.
¿Y el fin de una pareja es tener hijos? Seguro que las hay, que simplemente no quieren. Disfrutan de la vida, se sienten realizados y plenos en dicha, sin la necesidad de progenie. ¿Acaso son más egoístas éstos, que los que dicen tener hijos porque es una experiencia maravillosa que nadie debería perderse? Para experiencias vete a bucear entre tiburones, conduce un formula uno o salta en paracaídas, pensaran los primeros.
Desde luego el tema es harto complejo. Cuando se decide tener hijos, quizá no se es consciente, de que a partir de la concepción, y de por vida, a uno se le coge algo parecido a un pellizco en el estómago, que como el desodorante, no te abandona, sino que se siente con más fuerza en todo lo nuevo que va surgiendo. La primera vez que tiene fiebre. La primera vez que lo dejas en la “guarde”. La primera vez que se va de excursión y así un largo y perpetuo etc...
¿ Los papás somos masocas? ¿ Y cuándo después de un primer hijo, tienes más? A mí se me reblandecen hasta los huesos, cuando tengo en brazos a mi segunda hija, como me pasaba con la primera, los baberos me los tengo que poner yo.  En mi caso, como en el de muchos papás y mamás que deciden tener más de un  hijo, ya conoces el esfuerzo y los sacrificios que conlleva una criatura. La pareja en su conjunto e individualmente cada uno, pierden intimidad e independencia. El pellizco del estómago es doble o triple, por no hablar de la economía y de lo difícil que resulta conciliar la vida laboral con la familiar.
Y, aún así, pensando con el corazón, creo que buscaría alguno más, aunque la cabeza y el bolsillo finalmente me frenan.
Terminando llego a la conclusión de que  el porqué quizá no sea lo importante, y aún no teniéndolo claro, lo que sí está cristalino, es que el vínculo que los padres tienen con sus hijos es único e irrenunciable, y lo primordial es, poder, saber y querer, aprovechar y disfrutar  con ellos de todo el tiempo que sea posible, sobretodo cuando están creciendo, porque ese tiempo que desperdicies, será irrecuperable.
Y ya cambiando totalmente de tema, pero dándole vueltas a estas cuestiones complejas, filosóficas y  profundas, hago referencia a algo que me ronda. Me pregunto, cuál será la ley física que rige el funcionamiento del bolso de las mujeres. Y es que no importa si es grande o pequeño, con mil bolsillos o uno solo. Si buscas las llaves del coche, que te dice que están ahí, que incluso tú sabes que las había guardado en su interior, miras y rebuscas, pero no aparecen, terminas vaciando el bolso, y misteriosamente las llaves, como si se tratase de un agujero negro, un túnel de gusano cósmico, ya no están allí, sino en el bolsillo de la chaqueta, en la cesta de la entrada o al lado del puñetero teléfono. Casi un misterio para hacer un programa digno de Cuarto milenio.




2 comentarios:

  1. Nunca te he respondido o sí lo he ehcho y no lo recuerdo, pero te leo siempre que puedo,( y no, no es peloteo).Me gusta la manera que tienes de narrar las cosas y, me gustan los enlances !!!!Que le vamos a hacer.Este relato en concreto, tocas un tema...ya lo dices tú mismo:espinoso y digno de meditación al más puro estilo de Sócrates.¿ Qué chip gobierna al ser humano, que hace que nos guste ser masocas en máxima potencia?Ni idea, pero lo hacemos, la gran mayoría de la población, caemos en la dicha de ser padres.No sé si el fin de la pareja es tener hijos o llenar la vida en pareja de otras pequeñas peculiaridades, pero el mío, que vinieron de improvisto los dos, es ver como se matan vivos uno al otro,( aún no hay derramamiento de sangre, pero demosles tiempo al tiempo, jeje) o escuchar las paridadas que tienen y las cuáles, no puedes evitar que se te asome una sonrisa o que esta, se convierta en carcajada.En cuánto a los bolsos de mujeres....mejor ni lo comento, porque lo mío es un caso digno de estudio de expediente X.Dragón y un saludo desde el sur.

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  2. Muchas gracias Angie,tus palabras soplan sobre la vela de mi ánimo.

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