jueves

LA CÁLIDA BRISA DEL SUR (1 EL viaje)

 

La cálida brisa del sur.



1 El Viaje.-


Me aparté a la derecha en una solitaria área de descanso que se situaba justo después de la curva donde había pinchado la rueda. Noté enseguida la rigidez del volante y reduje la velocidad. Eran las ocho de la tarde pero ya no había luz.

El área de descanso estaba sin iluminar, era poco más que un estrecho carril de servicio mal asfaltado. A un lado el guarda rail que separaba la autovía, y al otro, unos metros de grava que terminaban en una línea de árboles a lo largo del área de servicio, frontera del inframundo que se sumergía en un océano de oscuridad que en mi cabeza se antojaba lleno de seres amenazantes, y que tratando de racionalizar para dominar mi desbocada imaginación, explicaba al ser primitivo y asustadizo anidado en lo profundo de mi cerebro, que no serían otra cosa que tierras sembradas de viñas de la llanura manchega. Mi actitud amilanada y apática que hacían sentirme culpable por seguir respirando, mi falta de determinación en lo que fue un momento trascendental de mi vida disparaban mi mal humor.

¡Maldita sea mi estampa! Dios se ha puesto en mi contra. Nunca había pinchado una rueda y tenía que ser en este desolado lugar.


¡Me cago en la leche! ¿Pero... qué es esto?—dije en voz alta.


Kit Antipinchazos. Yo me esperaba una rueda que tampoco tengo idea de cambiar, pero una caja con un bote y un compresor.

Cerré el maletero y me introduje a refugio dentro del coche. La presencia de los árboles tras de mí, con esas amenazantes ramas extendidas como rogando al cielo, me recordaba a los “Ents” del Señor de los anillos de J. R. Tolkien, sentía que me acechaban. Cuanto más lo pensaba, más me asustaba y me daban ganas de plantar un pino.

Pero ni de coña, antes me jiño en los pantalones.

Una vez dominados mis absurdos y desbocados terrores, más propios de infantes de corta edad, en cuclillas y alumbrando con el teléfono, me dispuse a la tarea de reparar la rueda pinchada.

Hacía un frío que agarrotaba los dedos, el paso de los vehículos a toda velocidad por la cercana autovía rompía el pesado y gélido silencio del lugar, con el fugaz pero potente rugido de los motores y los silbidos al cortarse el aire.

  • Perdona... ¡OYE!

  • ¡Ahhhh!

No tenía suficiente con lo ocurrido con Marta, con el robo, con la rueda pinchada, ahora una de mis pesadillas recurrentes se tornaba en realidad. La amígdala de mi cerebro se encargaba de la banda sonora, en este caso sonaban los violines de “The Murther” en la conocida secuencia de la ducha de la película “Psicosis” de Alfred Hitchcock.

Alumbrado por los faros del coche un terrorífico payaso, vestido de amarillo chillón, peluca roja y cara maquillada en blanco se dirigía hacia mí.

No atiné a ponerme en pié, me arrastraba hacia atrás sin poder apartar la vista de su nariz redonda y roja. El maléfico payaso se acercaba a cámara lenta con una cruel sonrisa a la vez que extendía sus manos y yo no podía más que gritar, apretar el culo y en un desesperado movimiento defensivo, lanzar el bote metálico de la cola repara pinchazos que alcanzó de lleno en la cara del payaso.

  • ¡Toma payaso cabrón, en toda la jeta!— grité rozando la euforia por mostrar algo de valor.

  • ¡Joder que HOSTIA! ¿Qué haces?— gritó el payaso llevándose las manos a la cara.

  • ¿Qué que hago? ¿Qué haces tú?—le espeté recuperando mi posición vertical y el maltrecho orgullo de la poca dignidad que me quedaba.

  • Perdona no quería asustarte.

  • ¡QUÉ NO... Querías ASUSTARME...! ¡Eso me lo dice un payaso loco que aparece en medio de este lúgubre páramo por arte de magia!— grité rayando la histeria aun sabiendo que en el fondo era rabia contenida por mi drama personal.

  • Bueno deja que me explique.

Y unos potentes destellos iluminando todo nuestro alrededor interrumpieron al payaso. Y yo dominado por mi imaginación me rendí asumiendo que sería abducido por un ovni, en el que una tripulación de extraterrestres locos me sodomizarían y harían terribles experimentos hasta dejarme hecho papilla. Para terminar expulsado por algo parecido a un inodoro de marcianos y permanecer flotando por toda la eternidad como un triste zurullo del espacio sideral. Después de todo no me sentía más que eso, mi actitud cobarde del día anterior, me hacía merecedor de ser el mejor en algo, la medalla de oro por ser el más mierda.

Pero el cruel destino alargaba mi agonía, de un todo terreno verde y blanco que paró al lado del coche, se bajaron unos hombrecillos verdes pero no de otro planeta. Una pareja de guardias civiles se aproximó hacia nosotros. Uno de ellos con cara de Bulldog inglés y poblado bigote, de más de cincuenta años y con una abultada tripa, no podía disimular su cara de asombro con la boca entre abierta y un palillo pegado al labio inferior.

  • Buenas tardes-noches caballeros—dijo arrastrando las palabras, saludando militarmente y mirándonos alternativamente al payaso y a mí, y al payaso otra vez. — ¿Les importaría explicarme qué hacen aquí?

  • Pues... yo... he pinchado la rueda del coche, y cuando me disponía a repararla ha aparecido el payaso ese como caído del cielo y me ha dado un susto de muerte.

  • ¡Ya te he pedido disculpas! Tú podías haber hecho lo mismo por el latazo que me has pegado en toda la cara.

  • ¡Vamos a ver Señores..., tranquilidad! Hagan el favor de mostrarme su documentación.

  • Yo no la llevo encima— dijo el payaso. — Pero soy Comandante del ejercito.

  • ¿De que ejercito?

  • ¡Pues del Español! De cuál va a ser.

  • Comandante del ejercito Español—repitió lentamente el veterano benemérito.

Y en ese momento, recordé algo que leí en alguna revista de psicología de las que tenía mi hermana en la sala de espera de su consulta. El reportaje versaba sobre la comunicación, y explicaba que más del ochenta por ciento de lo que expresamos se hace con el lenguaje corporal, los gestos, el tono y la forma de lo que decimos, dejando un escaso veinte por ciento a las palabras, y aunque en aquel momento me pareció absurdo, al escuchar al guardia civil repetir “Comandante del ejercito Español”, yo entendí claramente que además decía “no me toques los cojones... Que te voy a pegar una sola torta a mano abierta, con esta extremidad derecha que me ha dado Dios para hacer justicia, que te va a mandar a la velocidad del sonido de vuelta al puto circo del que te has escapado, payaso loco”.

Yo, al menos entendí eso. El payaso, por la manera en que tragaba saliva, si no lo mismo... algo parecido.

Con el ánimo por los suelos tras los últimos acontecimientos en mi vida y por si acaso recibía una torta de efecto colateral, que así en frío no me apetecía ganarme por mucho que me hiciera entrar en calor del sopetón, entregué mi carné de conducir junto con la documentación del coche que siempre llevaba en la guantera.

Sólo me queda esto, me robaron la cartera y no tengo el carné de identidad.

  • Suficiente. Auxi echa una mano al caballero con la rueda. El Comandante vestido de payaso conmigo, y ve dándome tus datos que los compruebe con la central.

Un joven guardia civil menudo y barbilampiño del que no había notado su existencia hasta que el veterano se dirigió a él, me ayudó con la reparación del pinchazo.

  • Gracias Auxi.

  • ¡Que coño Auxi! Me llamo Carlos.

  • ¡Ah! Perdona Carlos, como tu compañero te ha llamado así.

  • Es el Cabo, que es muy tradicional me llama Auxi por lo de Jefe de pareja y auxiliar, cosas de la Guardia Civil desde los tiempos del Duque de Ahumada.

  • Pues muchas gracias por tu ayuda Carlos— le dije al guardia tendiéndole la mano.

  • De nada para eso estamos. Ese ojo morado... ¿Qué te has peleado con tu amigo?

  • ¿Eh? No no ¡Que va! A el payaso no lo había visto antes. Esto es de otra historia como consecuencia de mi dramática existencia.

  • Bien mi Comandante suba al coche con su amigo y síganos, unos kilómetros más adelante hay un hostal, desde allí le gestionamos un taxi— escuché decir al veterano guardia.

Arranqué tras el vehículo de los civiles, con un Comandante vestido de payaso de copiloto, con ese sensación incomoda que genera estar tan cerca de alguien al que no conoces y sientes que invade tu espacio vital. Como cuando vas en un estrecho ascensor con algún vecino, con ese incomodo silencio que hace que te preocupes por si te suenan las tripas, o peor aún, que se te escape un pedo.

  • Que noche de frío se ha quedado.

  • La verdad es que sí.

  • Y con esa ropa..., no parece que abrigue mucho, te puedo preguntar...

  • Déjalo por favor... Es un asunto privado y no tengo ganas de dar explicaciones.

  • No no claro...Sin problema. Si yo con lo mío tengo de sobra... —Seguí al coche de los guardias y aparcamos frente a un edificio de dos alturas con paredes encaladas en blanco. En una de sus esquinas un luminoso con letras verdes indicaba el nombre del Hostal Las Rosas.

Pasamos a la cafetería, en la que un camionero de aspecto rudo y acento de algún país del Este de Europa, pedía la cuenta a una mujer cincuentona y de enormes pechos. Al camionero se ve que no le apetecía permanecer cerca del desfile de lo que iba entrando en el bar. Un tipo con el ojo morado, otro disfrazado de payaso y dos guardias civiles.

Igual pensó en una aparición cutre de los “Village People” y huyó a la cabina de su camión a calmarse con un chupito de Rakia.

  • ¡Buenas noches Rosa! Cada día estás más guapa.

  • ¡Y tú más delgado, como se nota la dieta!— dijo Rosa en tono de guasa inclinándose sobre la barra y apoyando sus enormes pechos en el frío mármol, lo que provocó, que unos pezones gordos como cerezas maduras del Valle del Jerte cobrasen vida amenazando con atravesar la escotada blusa— ¿Y la compañía?

  • Nada... Un conductor en apuros rescatado por la Benemérita. Llama a Paco el taxista, y que venga a recoger aquí al amigo— dijo el civilón con los pulgares apoyados en su cinturón y señalando con la cabeza al Comandante disfrazado de payaso, que se dirigía caminando cabizbajo a los baños del establecimiento, quitándose la peluca de rizos que arrojo dentro de una papelera.

  • ¿Y ese?— preguntó Rosa intrigada.

  • Ni puta idea, ni lo sé ni quiero, es militar y se vuelve a Madrid.

  • ¡ Joooder con la tropa...! Tú un café con su chispazo como siempre. ¿Y a vosotros jóvenes qué os pongo?

  • Yo un bocata de lomo con queso y una cerveza sin alcohol por favor— dijo el joven guardia.

  • Me apunto a eso pero la cerveza con.

  • Después de beber, no conducirás ¿Verdad...?—preguntó en tono amenazante el veterano bigotudo, cruzando los dedos gordos y ligeramente amoratados como morcillas de Burgos, que nacían de unas manos grandes como paelleras, que dejó apoyadas en la barra del bar pesadamente.

  • No no... agente, si además yo no bebo... o no bebía...— contesté tartamudeando, sin poder evitar mirar el café en el que Rosa echaba un generoso chorro de anís el mono.

  • Esto para mí es como un caramelito chaval, un anisete. He terminado mi servicio y conduce mi Auxi, pero no te asustes que es una broma ¡Coño!— dijo riendo el Cabo, dando un manotazo sobre la barra que puso a bailar a los platos y cucharillas del café que había alineados en perfecta formación.

  • Un agua con gas para mí por favor— pidió el Comandante sentándose pesadamente en un taburete uniéndose al grupo.

Aunque ya sin el maquillaje y la peluca, continuaba con el aire absurdo que le daban la chaqueta y el pantalón de color amarillo que sujetaba con unos tirantes de color rojo, me recordaba al cómico alto y delgado del dúo de Faemino y Cansado.

  • Ya he avisado al Taxi — dijo Rosa sirviéndole la bebida— ¿Y cuál es tu historia?— preguntó descaradamente.

  • Mi historia... Es sólo un error, un mal entendido. Iba a una fiesta con unos conocidos, pero todo se torció, no me gustaba el ambiente y me bajé del coche en el que iba. Caminé hasta el Área de descanso. Y me acerqué a pedir ayuda al hombre este, que el verme se cagó en los pantalones y me pegó con una lata en la cara— dijo señalándose un chichón en el medio de la frente.

  • ¡Perdón! Pero no me esperaba la aparición de un payaso en medio de la nada. Fue un impulso defensivo. No era mi intención hacerte daño.

  • ¿Y tú? De regreso a casa, o de viaje por trabajo... o placerrrr—me preguntó insinuándose Rosa alargando la palabra.

  • Bueno... mi historia es un poco... un cambio..., o una huida..., no lo tengo claro...— todos me miraban con curiosidad y aunque eran unos extraños a los que posiblemente nunca volvería a ver, o quizá, sólo por eso, les conté los últimos acontecimientos de mi vida.

  • Mi nombre es Alejandro..., Alex para los amigos. Tengo treinta y ocho años, y soy abogado... o lo era, hasta este pasado viernes. Trabajaba en un importante bufete de abogados de la capital, de esos que tienen apellidos de alta cuna y terminan con & Asociados, que todavía le da más caché. Me dedicaba al asesoramiento jurídico en Derecho español y europeo a grandes empresas. La vida me iba de lujo. Un apartamento en un barrio de prestigio de Madrid. Un coche deportivo. Buenos trajes. Dinero. Caprichos caros. Y una guapísima novia también abogada del mismo bufete,— tuve que parar al pensar en Marta, se me hizo un nudo en la garganta que traté de deshacer con un largo trago de la amarga y fría cerveza. El corazón se desbocó dentro de mi pecho, los ojos se me humedecieron y en mi cabeza sonaba la voz de Bill Withers cantando “Ain´t no sunshine when she´s gone”



No hay sol cuando ella se va,

No hay calor cuando ella no está,


¡Ánimo chaval, Continua!— dijo el veterano benemérito.

No se puede querer más a una mujer de lo que yo quiero a Marta. Yo la veía con los ojos del corazón y cuando miras así, sólo ves el amor. Quererla me hacía el hombre más feliz del mundo. Como dice la letra de la canción de Barry White:


Mi primera, mi última, mi todo,

era la respuesta a todos mis sueños,

Mi sol, mi luna,

La estrella que me guía.


Yo quería casarme desde el minuto uno en el que la conocí. Formar una familia con muchos niños. Una casa grande con jardín. Mimarla, adorarla, abrazarla en las noches frías. Protegerla de los rayos del sol de mediodía. Cuidarla si enfermaba y permanecer juntos hasta el fin de nuestras vidas. Pero ella es muy cerebral y organizada, siempre ha tenido claros sus objetivos y prioridades. Quería una mejor posición en el bufete, ascender, ganar puntos. Es muy ambiciosa. Y eso también me gusta de ella, es una gran luchadora y no hay obstáculo que la detenga. A mí me daba igual, no me importaba esperar hasta que ella decidiera el momento oportuno. Me conformaba con estar a su lado, cuando quieres a otra persona desde lo más profundo del alma, todo lo que haga te parece bien. Y yo... la quiero así...Lejos de ella era el invierno, a su lado la primavera. Sin Marta todo era tristeza, oscuridad, dolor y soledad, junto a ella mi mundo era luz y calor, alegría y calma. El aroma de su piel mi droga más dura, el tacto de su pelo las más suaves caricias, su sonrisa mi energía. Si se puede morir de amor, cada minuto lejos de ella era mi suicidio, una lenta agonía a la nada, al vacío, a no ser yo, me apagaba como la llama sin oxigeno, como la luna sin la luz del sol, como las olas del mar sin el viento, era...


¡Piii...PIII...! Sonó el claxon de un coche.

Debe ser Paco el taxista— dijo el bigotudo guardia dando un golpe en la barra que puso firmes a cucharillas y platos del café por segunda vez, he hizo que Rosa diera un respingo.

Resumiendo que hay prisa. ¿Se ha muerto?

  • ¿Ehhh...? No... ¿Pero cómo...?

  • Pues nada chaval un desengaño amoroso. La vida tiene esas cosas. Pero la mancha de una mora con otra se quita. El que suscribe se va, que las seis de la mañana llegan muy pronto y cada vez me cuesta más pegar el tirón de la cama, nos vamos Auxi que por hoy hemos terminado. Mi Comandante un placer. Ya le digo a Paco que es usted de confianza y que le pagará al llegar a Madrid, que con esa pinta que me lleva le va a asustar.

Y todos salieron del bar. El taxista preguntó con la mirada al benemérito, sobre el personaje que se subía a su coche, y éste le hizo la señal del pulgar hacía arriba. Todo bien. Rosa y yo nos quedamos en el descansillo de la puerta del bar mirando como se marchaban. Noté como Rosa me pasaba la mano por la espalda, la bajaba hasta mi culo y dándome un pellizco dijo:

Pasa para dentro que con tanta palabra de amor me has puesto cachonda.

  • ¿Eh...? —dije sorprendido.

En el coche patrulla, el Cabo de la benemérita se reía.

  • ¡Menudo polvo le va a pegar la Rosa al chaval! Le va a chupar todo el veneno que lleva dentro, y le va a secar las penas. ¡Lo va a dejar como nuevo!.

  • ¿Eh...?— dijo el joven guardia incómodo y ligeramente ruborizado.

  • ¿Eh, eh, eh...? ¡Ja ja ja! Si no fuera por estos momentos, rio el veterano.


Y la noche continuó para mí en la habitación numero dos del hostal Las Rosas ahogado entre güisqui, cervezas, tabaco y los enormes pechos de esa mujer, que se ofreció de manera desinteresada a consolar el espíritu de un hombre desafortunado. Un hombre con el alma condenada a transitar perdida en un profundo pozo de penas. Vagando por un campo helado donde solo podían florecer tristezas y desesperación, agonía y soledad. Sin horizonte, ni rumbo, con el corazón herido y desgarrado, sangrando amargura y padeciendo de un dolor tan intenso, a consecuencia de lo que quizá quedase ciego para poder si quiera atisbar nuevamente el amor.



La mañana siguiente amaneció con una espesa y fría niebla. Desayuné un café sólo y dos aspirinas. Me sentía resacoso y un poco avergonzado al encontrarme con la mirada de Rosa. Ella tras la barra del bar, atareada atendiendo a los clientes, me dio los buenos días guiñándome un ojo. Compré para el camino una botella de agua y un paquete de cigarrillos. Y me marché sin despedirme.

La niebla me obligaba a conducir concentrado en la carretera y a una velocidad moderada. En la radio sonaba la canción de Kansas “ Dust in the wind”.


Nada dura para siempre excepto el cielo y la tierra,

todo tu dinero no comprará otro minuto,

polvo en el viento, solo somos polvo en el viento...


Me obligué a dejar de pensar en Marta. Encendí un cigarrillo, di una profunda calada y tosí. Mis pulmones no se habían acostumbrado a este nuevo vicio. Tosí como con el primer cigarrillo que había fumado en toda mi vida, durante la pasada noche en la cama. Junto a Rosa después de acostarnos juntos. Entre tragos de cerveza ella me narraba su vida. Que se sentía encerrada entre esas paredes, obligada a trabajar desde niña. Tuvo que dejar el colegio siendo adolescente para ayudar a su madre en el hostal. Nunca había salido de allí. Que pasaba los días fantaseando con un Hidalgo quijote que la amara, como yo decía amar a Marta. Alguien que la rescatara de esa prisión y la hiciera feliz viajando por todo el mundo.

  • Me das envidia.

  • ¿ Envidia...Por qué?

  • Por tener el valor de romper con todo, de marcharte sin mirar atrás.

  • No es valor... Lo que me empuja es... miedo... Después ver a Marta estuve en shock... Me vi como en un sueño, desde fuera de mi cuerpo, con la frente apoyada en el frío cristal del ventanal de mi oficina en la planta quince, con la mirada perdida sobre las calles vagamente iluminadas, que por la altura y la intensa lluvia difuminaban mí visión del mundo exterior. Las oscuras gotas golpeaban el cristal resbalando hacia abajo, desapareciendo de manera fugaz en la sombría noche. Deseé ser una de esas pequeñas gotas... Caía a toda velocidad hasta estrellarme con el asfalto explotando en un millón de pedazos. Ese pensamiento me sobresaltó haciendo que me apartarse del cristal. Me senté derrumbado en el sillón de mi despacho me asusté, no quería hacer alguna locura y huí. Eso es cobardía... no valor.

  • Estás muy equivocado Alex. La vida pasa rápido y la vivimos como si fuera eterna. Yo he fantaseado a diario con hacer lo que me pide el alma, lo que me gusta, lo que anhelo. Pero siempre hay una excusa..., un motivo para posponerlo, para no cambiar, para conformarme con lo que tengo, acomodada en la desventura que me da el amparo de lo conocido, consolándome con ensoñaciones y delirios de una vida de cuento.

  • Pues llámame conformista pero yo era feliz con lo que tenía y no ambicionaba otra cosa que formar una familia con la mujer que amo... Que amé.

  • Estabas jodidamente enamorado de esa mujer... y solo de pensarlo me pongo cachonda. ¡Basta de penas y volvamos a follar!— Dijo bajando con su boca a mi entrepierna.

<< Y follamos...¡Vaya que si follamos!>>

Lo hicimos duro. Yo la penetraba enérgicamente..., casi con rabia. Ella me mordía el cuello, me arañaba la espalda y gemía con cada empujón que le daba con todas mis fuerzas, ardiendo por dentro y fundiéndome entre sus piernas. Ella apagaba mi fuego con su humedad..., yo la llenaba. Se arqueaba sobre su espalda llegando al éxtasis y hacía que me vaciase en su interior, sudábamos, y no paramos hasta acabar doloridos, agotados jadeando sin resuello, con la boca seca y un placentero quemazón en nuestro sexo.

El resto del viaje transcurrió entre paisajes de campos difusos entre la niebla y kilómetros de asfalto. Llegando a Marbella el cielo mostró su color azul. Decidí continuar por la Autovía del Mediterráneo hasta Estepona, aunque con más tráfico, me apetecía circular tranquilamente, disfrutar del paisaje, las vistas del mar, las palmeras, apreciar las lujosas casas, las urbanizaciones, los hoteles. Prefería distraerme y disfrutar de la carretera, a la rápida y aséptica autopista de peaje. No tenía prisa. Abrí la capota del coche y llené mis pulmones del olor a mar aguantando la respiración y... exhalé amargura.

El puerto de Estepona era mi destino. La oficina de la administración donde tenía que recoger las llaves del apartamento que había alquilado estaba cerrada. Llamé por teléfono, y una mujer con acento inglés me explicó que al ser festivo la administración estaba cerrada, pero que le había dejado las llaves del piso a un joven de nombre Domingo que encontraría en un chiringuito llamado “La Havana” que se encontraba en la playa del Cristo.

Conocía la playa del Cristo de los veranos de mi infancia, una cala al final del puerto a la que se podía llegar con el coche sin salir a la autovía.

El Havana Beach era uno de los dos chiringuitos que se disputaban a los bañistas de la playa del Cristo, en su mayoría familias con niños pequeños, debido a que el mar siempre estaba en calma y los pequeños podían disfrutar de los juegos en el agua como si lo hicieran en una piscina.

El chiringuito había evolucionado con el paso de los años, remozado y adaptado a las exigencias de un turismo más exigente, daba un estupendo servicio de restauración en un ambiente chill out. Clavadas en la arena de la playa, desde lejos se podían ver unas altas pértigas como mástiles de barco, donde ondeaban larga lonas de color morado meciéndose al viento que señalaban el camino hasta El Havana. Amplio, limpio, gobernado por la madera y los colores blanco y morado. La música ambiente envolvía el aire relajado del lugar. Tras la barra, una joven alta y delgada de melena ondulada y ojos verdes servía sendas jarras de cerveza a una pareja de sexagenarios con aspecto de guiris.

  • Perdona ¿Sabes donde puedo encontrar a Domingo?

  • No está, ha ido a Málaga y no vendrá hasta esta tarde— dijo la atractiva mujer.

  • Vaya faena, me han dicho que tiene las llaves del apartamento que he alquilado en el puerto. ¿No sabrás si las ha dejado por aquí?

  • Lo siento no me ha dicho nada.

  • ¿Y su número de teléfono?

  • ¡Ja ja ja! Mi hermano no tiene teléfono.

  • ¡No me lo puedo creer! Alguien sin teléfono. Me parece imposible, si yo no recuerdo la vida sin él, me parece mentira que hubo una época en la que no existía el móvil. Es como un tiempo prehistórico y oscuro. Y se te paras a pensarlo tampoco hace tanto...

  • Él dice que es más feliz así.

  • Pues no me queda más remedio que esperar, no tengo casa hasta que no regrese tu hermano de Málaga y estoy cansado del viaje, además anoche no dormí bien. ¿Puedo tumbarme en una de esas camas balinesas de ahí?— interrogué señalando unas camas Chill out alineadas en la playa frente al chiringuito.

  • Sí claro. ¿Quieres tomar algo? Pues... dame una botella de Johnnie Walker black, un vaso, y una cubitera con hielo picado.

  • ¿Quieres algo de comer?

  • Nada no te molestes, cuando venga tu hermano dile que le espero allí.

Tumbado en la cama y con un vaso de Johnnie, mirando el mar en calma, con música relajante de fondo. La temperatura era suave y el día soleado, una cálida brisa del sur mecía las cortinas blancas y moradas de la cama Chill out. Alzando mi copa brindé con el cielo azul, con el sol y con el mar por un nuevo comienzo. Seguí bebiendo y fumando hasta que mareado por el alcohol y vencido por el agotamiento me quedé dormido.



Estaba viviendo una experiencia extracorpórea, me veía a mí mismo caminando por el largo pasillo de las oficinas del bufete. Todo daba vueltas como si formase parte de un gigantesco tiovivo. Al fondo del pasillo, la puerta del despacho del jefe ligeramente abierta dejaba escapar una luz que iluminaba el techo, y que acompasada, al ritmo de los latidos del corazón, subía y bajaba de intensidad siguiendo la cadencia de mis pulsaciones que a cada paso se aceleraban. Estiré el brazo tratando de sujetar mi cuerpo para que no continuara pero mi mano era etérea. Mi yo físico empujó levemente la puerta. Los latidos se desbocaban, la luz que salía del despacho se convirtió en un cegador flash. Todo rotaba a mi alrededor a una velocidad vertiginosa y mareado sentí como mi estómago se retorcía obligándome a vomitar. Me desperté dando arcadas, asomando por el borde de la cama vomité sobre la arena de la playa. Era solo liquido, saliva mezclada con la mitad del Johnnie walker de la botella que había consumido para anestesiar mi pena.

  • ¡ JODER que asco!

Levanté la cabeza. Y vi a un joven de unos veinticinco años y aspecto surfero que daba arcadas y con el pie, cubría empujando la arena de la playa sobre mis vómitos.

  • ¿Eres Alex?— Preguntó sentándose a los pies de la cama balinesa.

  • Sí yo soy Alex, y bajo la arena hay al menos cuarenta euros de whisky que mi desagradecido estómago ha sido incapaz de absorber ¿Tú eres Domingo?— Pregunté mientras llenaba el vaso con el agua del hielo derretido que quedaba en la cubitera y me enjuagaba la boca para quitar el mal sabor de la bilis.

Después me serví un trago de la botella medio vacía.

  • ¿Puedo?— preguntó él, cogiendo la botella y bebiendo a morro—perdona por dejarte colgado sin las llaves. Pero mi novia se ha marchado, regresa a Italia, y tenía que intentar hasta el último minuto convencerla para que se quedara.

  • ¿Y lo has conseguido?

  • ¡Ni de coña!

  • Pues bien venido al club.

  • ¿Tu novia también se ha marchado?

  • Algo parecido— y brindamos solidariamente dando otro trago de Whisky.

Pasé el resto de la tarde hablando con Domingo. Le eché una mano a recoger las colchonetas de las camas balinesas, las mesas y las sillas del chiringuito. El Havana solo abría los fines de semana en temporada baja. El chaval, de verborrea acelerada me contó el maravilloso año que había pasado con su novia italiana. Lo colgado que estaba de ella. Pero que la madre de su chica constantemente la llamaba insistiendo en que regresara a Italia, y al final ella había cedido. Me habló de su hermana Eva, que trabaja de camarera en El Havana todo el año. Pero durante el invierno los días de diario trabajaba en la cafetería que había justo frente al apartamento en el que yo iba a vivir.

  • Yo durante el verano trabajo en el Havana, soy el responsable de las tumbonas, las camas y de retirar las sillas y las mesas de la playa por las noches. Ahora trabajo solo los fines de semana.

  • Domingo, yo me marcho a casa. ¿Tú qué vas a hacer?

  • Me voy a acercar con Alex a su apartamento, pero no llegaré tarde, un beso hermanita.

Eva se marchó montada en una bicicleta de paseo. Domingo y yo, nos subimos en mi coche y recorrimos el escaso kilómetro hasta el apartamento.

Casi en la misma entrada del puerto se situaba el edificio Puerto del Sol. Un edificio con locales comerciales en la planta baja cubierta con un estrecho soportal con arcos de medio punto. Oficinas y apartamentos alternándose en el primer piso y sobre este, una segunda planta con apartamentos más pequeños en metros habitables pero con amplias terrazas.

El apartamento que había alquilado por Internet se ubicaba justo en la esquina del edificio, bajo este, la oficina de administración y en la planta baja, un típico bar irlandés de fachada en madera de color verde oscuro que resaltaba sobre las paredes en blanco y azul del resto del edificio.

El apartamento constaba de salón con cocina americana, un baño y un único dormitorio. Olía a humedad y el mobiliario además de escaso lucía desgastado por el paso de los años y la falta de mantenimiento.

  • Un poco destartalado, se ve que no ha sido habitado en mucho tiempo— pensé en alto.

  • La verdad es que los muebles me recuerdan a los que tenía mi abuela en su casa, pero lo mejor de este sitio es la terraza y sus vistas— dijo Domingo saliendo por la puerta corredera de aluminio y cristal.

No tenía falta de razón en lo que decía, la terraza era tan amplia como todo el apartamento en su conjunto. Una mesa de plástico y cuatro sillas de color verde desgastado por el sol, una vieja sombrilla deshilachada y una pequeña barbacoa oxidada, además de numerosas cagadas de gaviota por el suelo, decoraban su amplitud. Pero las vistas eran excepcionales.

Desde esa altura se podía apreciar el paseo del puerto deportivo y parte del puerto pesquero. Los barcos meciéndose suavemente en sus amarres. Mástiles de veleros competiendo en altura con las palmeras, y un mar en calma en el que la luna llena arrancaba destellos de plata hasta perderse en el horizonte.

  • A la derecha está el hipermercado, eso de ahí enfrente es un restaurante chino, y ahí a la izquierda, esa cabaña de madera, es la cafetería donde trabaja mi hermana Eva entre semana.

La brisa del mar atrajo el olor de las cocinas de los numerosos restaurantes del puerto, he hizo que mi estómago rugiera. No había probado bocado desde la noche anterior en el hostal Las Rosas, y el aroma a frituras y sardinas al espeto hizo que comenzara a salivar como babean los San Bernardos.

  • ¿Dónde se puede comer bien por aquí?

  • En El Restaurante El Cazador la mejor carne y en El Pescador el mejor pescado.

  • ¡No jodas! Así no tiene perdida. Entonces para los mejores filetes y ensaladillas rusas... El Ruso.

  • Ya macho, será casualidad pero es la verdad.

  • ¿Y el chino de ahí?

  • Como todos, el arroz tres delicias es apostar por el caballo ganador, como cuando estas de fiesta y entras a la fea del grupo.

  • Es cierto... por eso las feas son las que más follan.

  • ¡Pues a por la fea! Y nos bajamos al chino—

Compramos comida para llevar y Domingo insistió en ir a la bocana del puerto, tenía llave de la barrera que daba acceso a la parte del puerto pesquero y me rogó conducir el coche.

  • Nunca he conducido un Mercedes Benz descapotable y por aquí no se puede correr... Enróllate Alex.

Sinceramente... accedí por que una preciosidad de mujer pasaba justo a nuestro lado y descaradamente miró el coche y a mí. Me dejé dominar por mi ego y vacilando de deportivo y de ser un colega guay le lancé las llaves a Domingo advirtiéndole en voz alta que tuviese cuidado, para así dejar claro a la top-model quien era el pavo real que la tenía más grande.

  • ¿Conoces a esa cachonda?

  • ¿La morena de piernas largas? Es una argentina que trabaja en una tienda de muebles de esos de los caros— contestó Domingo a la vez que arrancaba el Mercedes— ¿Y como van las marchas en este coche?

  • Fácil. La D para delante. La R para atrás. La N punto muerto y La P parking, y lo más importante, olvídate del pie izquierdo.

Circulamos lentamente hasta la bocana del puerto, el lugar era tranquilo, a esa hora no había ningún pescador. Domingo paró el coche justo al borde del pantalán. Las vistas eran de postal. La silueta de los barcos, las luces cálidas del puerto, el mar en calma, la luna llena. Sonaba música que llegaba impulsada por la brisa desde algún pub.

Un lugar romántico, que hubiera sido ideal para estar junto a Marta.

  • ¿Domingo... tú no serás gay?

  • ¿Por qué me preguntas eso?

  • No sé... como has insistido en venir aquí, a este sitio tan coqueto igual...

  • ¡Pero no te he contado lo de mi novia, y que estoy hecho polvo!

  • ¡Vale! No te ofendas, perdona..., pero te conozco de hace un rato.

  • Y yo a ti no te jode. Además no me has contado lo que te ha pasado con tu novia, o a lo mejor era un novio y por despecho me estás tirando los trastos.

Y comiendo el arroz del chino, entre trago y trago de la media botella de Johnnie que había sobrado de la tarde, recordé nuevamente el episodio que me había llevado hasta Estepona huyendo de mi pesadilla.

Le conté a Domingo lo feliz que era con Marta, lo que la amaba, mi sueño de formar una familia con esa mujer a la que tenía en un pedestal. Ella era mi Norte magnético y ahora..., yo no era más que una brújula inservible con el rumbo perdido dando vueltas sin sentido.

  • Este viernes pasado me quedé hasta tarde en la oficina, suelo tomar unas cervezas con los compañeros para despedir la semana, pero quería terminar unos documentos que había que tener listos para el lunes a primera hora. Marta siempre iba al gimnasio después del trabajo, con lo cual, esperaba encontrármela para la hora de la cena. Aunque ella tiene su casa y yo la mía, los fines de semana solíamos dormir juntos.

Salí a la recepción a por una botella de agua de la máquina expendedora. Las oficinas estaban vacías, en silencio y con las luces apagadas, pero en la pared que hace esquina del pasillo del bufete y que lleva a la zona noble, observé que se reflejaba luz. Me pareció extraño, era la zona de los jefes y los viernes a partir de las dos de la tarde no quedaba nadie de la cúpula.

Me asomé y pude ver que la luz provenía del despacho del director, todavía más raro.

Me aproximé y pensé en llamar, pero como la puerta estaba entornada puede ver en el reflejo de la cristalera a una mujer en cuclillas que le estaba haciendo una mamada al jefe. Me sorprendí, pero no tuve otra idea que sacar el móvil para inmortalizar el momento. El cabrón del viejo pegándose un homenaje— pensé, —pero mi sorpresa fue mayúscula cuando la mujer se puso en pie, se giró, se subió la falda hasta la cintura, se hechó a una lado el tanga y cogiendo la polla del director la guió dentro de su coño. De espaldas al viejo que le sujetaba con las manos apoyadas en su cintura, ella se movía arriba y abajo dando pequeños gemidos de placer, hacia que el viejo resoplara como un búfalo cuando apretaba con su culo empujando hacia arriba la barriga del maldito gordo hijo de puta.

Ligeramente inclinada hacia delante se reflejaba perfectamente en el cristal y no era otra que Marta... Mi Marta, el amor de mi vida, la futura madre de mis hijos se estaba follando al jefe. Me quedé bloqueado, con la boca abierta. Un sudor frío recorría mi espalda y quizá aún seguiría allí congelado, si no es por que Marta me vio. Me vio en el reflejo. El cabrón del viejo no podía verme. Marta le tapa la visión de su reflejo y el mío, además el muy cerdo no levantaba la vista del culo de ella, babeando y volviendo los ojos hacia arriba con cada envite que le daba Marta empotrándose su rabo hasta el fondo.

Ella me vio, me reconoció y siguió. No dudo un segundo, no hubo muestra de sorpresa, arrepentimiento o vergüenza. Me miró desafiante y gimió más fuerte y con un gesto rápido de su mano me señaló para que me marchara. Fue como una bofetada. Fui un cobarde, me oculté, dudé por un segundo en entrar al despacho gritando rompiéndolo todo y machacar la cara al maldito viejo, gordo y cabrón que se estaba follando a Marta. Pero sus gemidos subieron de tono convirtiéndose en gritos de goce, y cada grito suyo para mí era una tortura, como si me clavaran un hierro incandescente en el corazón.

Salí corriendo, regresé a mi despacho y vomite en la papelera. Estaba descompuesto. La cabeza me ardía, sentía rabia y me odiaba. Pusilánime, cornudo, cabrón. Apoyé la frente en el frío cristal de la ventana y pensé en saltar al vacío, me asuste con esa idea y volví a huir. Corrí escaleras abajo como quien huye de una casa en llamas. Anduve desorientado por las calles de Madrid. No sé como, acabé borracho en algún bar que no recuerdo, desperté tirado en la acera con un golpe en el ojo, que por eso está morado..., sin cartera, sin reloj, sin anillo y no me quitaron más, gracias a un grupo de jóvenes que estaban de fiesta, vieron lo que ocurría y ahuyentaron a los ladrones con sus gritos.

  • ¡Hostia puta! Lo siento mucho tío...—dijo Domingo dando un trago a morro de la botella de güisqui, y pasándomela.

  • Eso mismo...,— dije yo echando un trago— así que como un perro apaleado me fui a refugiar a la casa de mi hermana, y después de contarle lo que me había ocurrido, le planteé la idea de marcharme, de coger un año sabático. La verdad es que me faltaba valor para llamar a Marta y pedirle explicaciones, y ni por asomo quería volver al bufete. Miré por internet alquilé el apartamento y aquí me tienes, a seiscientos kilómetros de mi vida anterior y lamiéndome las heridas.

  • Tío... Solo se me ocurre una idea para ayudarte... ¡Fumarnos un trócolo! — dijo Domingo sacando un cigarro de marihuana del bolsillo de su camisa.

Y junto con mi nuevo amigo Domingo, a la entrada de la bocana del puerto, ahogue mis penas en el poco alcohol que nos quedaba, nublando mi cerebro con el cannabis del porro que nos íbamos pasando como buenos compañeros.

  • ¿Tienes alguna foto de tu novia?

  • ¡Vaya pregunta Domingo! — dije sacando el teléfono móvil y pasándoselo con la galeria de fotos abierta, — tendré un millón de ella.

  • La verdad es que esta buena, es un pivón— dijo pasando fotos con el dedo sobre la pantalla táctil.

  • ¡No me machaques! Vamos a comprar algo de güisqui, — le pedí a Domingo apoyándome en el reposacabezas del asiento de mi coche tras lanzar la botella vacía de Johnnie al mar.

  • ¡Eso está hecho! — dijo Domingo arrancando el coche emocionado por conducir un deportivo descapotable.

Y el mundo tembló. Abrí los ojos asustado tratando de coger con las manos algún punto de apoyo al que sujetarme. El alcohol y los efectos del cannabis me hacían sentir abotargado y torpe. Miré asustado a Domingo que no soltaba el volante, con la mirada fija hacía delante gesticulaba con lo que parecía un grito que yo no podía oír.

Y caímos al mar. El coche se sumergía rápidamente inundándose de una agua fría y oscura que nos engullía lenta y despiadada, sin mostrar misericordia alguna, y yo me rendí dejando que me llevara, deseando ser arrastrado al fondo y poder descansar al fin ahogando la cruel pena que me atormentaba, abrasando mis pulmones con cada bocanada de aire.

Una mano sujetó la mía y tiró fuerte de mí hacia arriba devolviéndome a la superficie. Tosí agua y nadé torpemente hasta las piedras del espigón tras Domingo. El peso de la ropa mojada me impedían moverme con soltura y gateando alelado, subí a la plataforma de hormigón.

  • ¡Perdoname Alex! Me he equivocado con el cambio automático. Con el mareo del porro y el güisqui he tirado para adelante en lugar de marcha atrás. ¡Lo siento Tío!

Yo permanecía en estado de shock, empapado, colocado, borracho, mirando el agua hipnotizado, como un bobo, sintiéndome timado por la vida que me daba otra bofetada y ya no sé cuantas llevaba. Incapaz de afrontar lo que me estaba ocurriendo, siempre había conseguido lo que me proponía sin gran esfuerzo. Hasta hace dos días me sentía afortunado, un hombre feliz y enamorado con una vida plena, y ahora, me sentía vacío, perdido, humillado y sin fuerzas para seguir adelante.

¡JODERRRR!— grité poniéndome en cuclillas sujetándome la cabeza con las manos que amenazaba con explotar. Domingo caminaba a mi alrededor nervioso, disculpándose continuamente, lamentándose por su torpeza, aunque yo solo escuchaba un leve murmullo, le miré pero no escuchaba lo que decía.

No sé el tiempo que pudo pasar, finalmente mi mente racional reaccionó volviendo a tomar las riendas de mi cuerpo. Me incorporé y caminando cabizbajo me dirigí hacía el apartamento.

  • ¿Mi teléfono? —pregunté con un hilo de voz a Domingo que caminaba unos pasos tras de mí.

  • En el mar... Se quedó en el coche— dijo en un susurro.

Resoplé resignado. Y la música que sonaba a lo lejos desde un Pub del puerto daba la pincelada al ritmo de los acontecimientos de mi vida, marcando mi abúlico paso. La voz de Nina Simone con su “Ain´t Got No, I Got Live”, y su piano.


No tengo hogar, no tengo zapatos, no tengo dinero,

no tengo clase, no tengo amigos, no tengo estudios

no tengo trabajo, no tengo oficio.

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