miércoles

LA CÁLIDA BRISA DEL SUR (Capítulo 3)

 

3 El despecho.-


Ya había amanecido hacía rato, la gente pasaba andando a la compra o al trabajo frente a los setos entre los que me encontraba tirado entre las piernas de esa mujer. Con el pantalón bajado por las rodillas, rezumando alcohol y cobrando consciencia de que no había utilizado condón. No tenía ni idea de quien era la mujer sobre la que me encontraba, traté de recordar, pero la noche eran solamente saltos de imágenes borrosas y personas desconocidas a las que podía ver que movían los labios pero sin entender una sola palabra de lo que decían. La verdad que los dos últimos meses eran un recuerdo enmarañado y vago de borracheras seguidas de resacas que combatía con más alcohol.

Ese desencanto, la frustración, el sabor agridulce, el enfado y el resentimiento que afloraban constantemente en los momentos de sobriedad, cuando recordaba a Marta, eran insoportables, y el vértigo que me causaban solo lo calmaba con la botella, y como la mierda atrae a las moscas, sin saber si yo era la una o las otras, o quizá dependiendo del día, cualquiera de las dos o ambas a la vez, había ido conociendo gente que como yo, opositábamos para despojo humano, siendo de los más aplicados de la clase el que suscribe.

La mujer con la que acababa de mantener sexo en un jardín público se bajaba un vestido muy corto y ajustado de licra negro con un generoso escote. La verdad… a esas horas desmerecía bastante, era un vestido para una veinteañera en una mujer que aunque bien conservada y con un pasado que tuvo que ser agradecido con ella, ni el maquillaje, ni la luz del Sol, eran de los mejores aliados para ocultar que el paso de los años iban haciendo mella.

La situación era incomoda y ridícula, nos encontrábamos cerca del faro del puerto, a dos minutos andando cuesta abajo de la cafetería donde Eva, seguro estaba preparando café y tostadas, casi podía notar su olor, y ofrecí a mi acompañante desayunar antes de despedirnos, igual así recordaba su nombre y obtenía algún dato que me dejara más tranquilo después de haberlo hecho a pelo, ella aceptó un poco desconcertada, igual pensando de la misma manera que yo.

Su nombre era Sofía y rondaría los cincuenta y cinco años, morena de piel y de poco más de metro sesenta, se estiraba un vestido que sentada en la terraza de la cafetería se negaba a tapar poco de su entrepierna a pesar de ser elástico.

Eva, se acercó con una bandeja en la que traía café y churros para los dos, me miraba fijamente con cara de reproche, era evidente por nuestro aspecto que no era una reunión de trabajo o un desayuno mañanero.

- Esto…

- Sofía mi nombre es Sofía, ¡Chico que despiste tienes!- dijo entono enojado.

- Sí, perdona. ¡Ja ja! -Reí de manera forzada, - será que la última copa destruyo la única neurona sana que me quedaba, seguro que me contaste anoche, me dijiste que vives aquí, que no estás de vacaciones, ¿Verdad?

Y comenzó a contarme su vida, era una pregunta tribal, sinceramente me importaba un pimiento de donde era, su nombre o su edad y su recorrido vital, que por su aspecto evidenciaba que era más de una década superior al mío y de mala vida, y eso aumentaba mi preocupación, lo único a lo que le daba vueltas mientras la veía mover los labios sin ni siquiera escucharla, es que hubiera cogido alguna venérea de esas que te dejan el rabo como una seta que utilizaban los pitufos como casas, rojo y con puntos blancos o al revés, ¿O eran las casas de los dibujos animados de David Gnomo? Bla, bla, bla, y yo asintiendo, de vez en cuando regresaba de mis pensamientos y captaba algo suelto, divorcio, hijos, bla, bla, bla, y me volvía a mi paranoia, y mucho peor pensaba, vete a saber si tiene sida ¡Me cago en la puta! Esta tía lleva al menos quince años separada, y aún no se le ha pasado el despecho, si yo en dos meses no sé el número, pero me he revolcado con unas cuantas, esta tía en ese porrón de años a cuantos se habrá pasado por el arco del triunfo ¡Puto alcohol! ¡Puta Marta! Tendré que ir al hospital, no sé que mierda de prueba habrá que hacer, la verdad es que ya me pican los huevos, Bla bla bla, seguía en su diatriba contra el que fue su marido, y yo voy a acabar como ésta tía, quince años después buscando alimentar mi autoestima acostándome con cualquiera y guardando rencor… Mejor coger la gonorrea y dejarme morir por una sepsis, bla, bla, bla, y yo asintiendo, madre mía ¡Vaya chapa!

- Bueno Sofía quería comentarte algo que me preocupa…

-Cuéntame, ¿Que te ocurre? Me preguntó cruzando los brazos bajo sus pechos en actitud defensiva.

-Es que… no sé… si te has dado cuenta pero lo de antes… , en el jardín… , hice una pausa para coger aire y lo exhalé, el mismísimo aliento de Drogon, Viserion y Rhaegal de juego de tronos y que hubiese prendido mecha hasta a la reina Daenerys, “Dios mío pero cuanto he bebido pensé.”

-Pues eso que lo hemos hecho sin condón. Y me preocupa por si pillamos algo. Yo que sé… , últimamente llevo una vida muy desordena… y tu …

- ¡Y YO! ¿Yo qué? Me interpeló de manera brusca haciendo que incluso Eva que se encontraba tras la barra del bar levantara la cabeza y mirase hacia nosotros, como el resto de clientes que en ese momento desayunaban en la terraza.

-Mira bonito, continuó en el mismo tono, mientras giraba la cabeza para enfatizar sus palabras y me señalaba con un dedo amenazante.

-Que sabrás tu de mi vida. Y yo pensé, pues todo si te hubiera escuchado por que menuda chapa. Pero continué callado.

- Ahí arriba no ha pasado nada, no se te levantaba del pedo que llevabas picha floja de los cojones, así que puedes estar tranquilo majo. Y con las mismas se levantó y se marchó caminando sobre unos zapatos de tacón que amenazaban con partir de los pisotones que iba dando.

-Mírala que digna se va le dije a Eva, acercándome a la barra, ya pago yo bonita, tu vete tranquila, dije en tono sarcástico.

- Pero vamos a ver Alex. ¿A ti te parece normal lo que estas haciendo? Me interrogó y a la vez reprochaba Eva.

- No, pero si no lo hemos hecho, y menos mal.

-¿Hecho que? Preguntó Eva.

- ¡Anda nada! Tonterías mías, contesté, menuda pájara tiene que ser la Sofía ehhhh!!! Dije guiñando el ojo a Eva. Y como la madre que de repente le daba en la boca una torta al niño que decía una palabrota, con el arte de un samurai, y como un acto reflejo, la bandeja de chapa redonda golpeó mi cabeza ¡Dongggg!

-¡Joder que hostía! ¿Que haces tía? Pregunté a Eva frotándome la parte del cogote.

-Perdón, me dijo en un susurro con la bandeja para servir sujeta con ambas manos y tapándose la boca, aunque era evidente que sonreía, y a la vez estaba ligeramente avergonzada por su reacción. - Es que eres un faltón y no he podido aguantarme, perdoname Alex, dijo nuevamente haciendo un ligero puchero como lo haría una niña traviesa.

- No pasa nada, lo entiendo, y a la vez que me alejaba de la barra y a sabiendas de que era el centro de atención de la clientela, le dije en alto a Eva, y prometo que la próxima vez la propina será mayor que ya sé como te las gastas.

Era evidente que el verano había llegado a su apojeo, el flujo de personas por el puerto se había incrementado exponencialmente, se veían muchas caras nuevas, en época estival en el puerto todas las noches parecen sábado, y eso, para el estilo de vida desordenada que estaba llevando me lo ponía fácil para seguir, o difícil, para ordenarme.

Muchas veces a lo largo de nuestra existencia van sucediéndose una concatenación de pequeños hechos sin que parezcan tener importancia, y de repente la suma de todos ellos provoca un giro, nos despierta de un bofetón y nos presenta una realidad que es totalmente opuesta a lo que creíamos estar viviendo, o a nuestra entidad como individuos. Cada uno de nosotros tenemos una imagen formada de como somos, y resulta evidente que cada una de las personas con las que interactuamos nos perciben con una imagen diferente, que es lo que aparentamos ser, y aunque en lo esencial en los rasgos básicos coincidirán todos, en los detalles diferirán, y eso hace que haya tantos de nosotros como personas te conozcan, ya que los pequeños detalles son los que marcan la diferencia, una comida puede estar sosa, en su punto de sal o salada, y tan solo, unos granitos de más o menos marcan la diferencia.

En junio, Eva ya no trabajaba enfrente del apartamento, con el aumento de clientela se tenía que hacer cargo del chiringuito de La Havana en la playa del Cristo, en la cafetería, la sustituyeron dos jóvenes hermanas gemelas, a las que solo podía distinguir por el lunar que una de ellas lucía bajo el ombligo, que siempre mostraban al aire anudándose el polo del uniforme del bar para hacerlo más femenino, según ellas.

Noelia y Natalia, espigadas, de casi metro ochenta y escasos veinte años se movían por la terraza sirviendo como abejas en un panal, y al ser tan semejantes era curioso, a veces daba la sensación de que eran más, o que se le transportaban de la barra a las mesas, o que estaban en dos o tres mesas a la vez, aunque como mi raciocinio siempre se encontraba mellado por algo de alcohol quizá era más problema mío.

No he de negar que echaba de menos a Eva, me reconfortaba su presencia frente al apartamento, había días que fumando y bebiendo en la terraza, apoyado sobre la balaustrada se me llegaban a dormir los brazos simplemente mirando distraído como se movía, riendo, atendiendo, recogiendo.

Ella sabía que yo estaba allí, y de vez en cuando miraba, a veces se acercaba y desde el otro lado de la calle me preguntaba si había comido, que bajase a tomar algo, se preocupaba por mi, y me resultaba agradable esa sensación, si me quedaba un poco de cordura ella me la daba, con sus regañinas, o sus miradas de reproche al día siguiente de que hubiese preparado alguna, que eran un día sí y otro también. Su ausencia me hacia sentir un ligero vacío que me incomodaba más de lo deseable.

En los momentos de debilidad es muy recomendable el contacto humano, los abrazos pueden llegar a ser sanadores, mejores que un chute de ansiolíticos, y Eva con su mirada, con esos ojos verdes, su sincera y desinteresada preocupación, era ese abrazo, su voz dándome los buenos días eran como el arrullo de una madre a su bebé.

Tras los primeros días de su marcha, dejó de tener sentido pasar tanto tiempo en la terraza del apartamento con la vida contemplativa como único objetivo, así que pasaba la mayor parte de la mañana que para mí no comenzaba antes de las doce, en la cafetería distraído con las gemelas, su juventud su forma de moverse sus bromas absurdas que a veces ni entendía, quizá nadie más que ellas dos, que parecían estar conectadas telepáticamente, y si algo le pasaba a una, la otra lo sabía aunque estuviera de espaldas, me daban esa chispa de entretenimiento, que aderezado con café solo largo y un Johnnie como colega, me hacían pasar las horas diurnas con esa niebla artificial que había interpuesto para no recordar a Marta y mi vida anterior, que parecían lejanos en el tiempo, una película de mala calidad, que sin embargo era recurrente en sueños.

Desde el episodio desagradable con Domingo en el que le mandé a tomar por culo. Me había cruzado en varias ocasiones con él. Pero no sé si focalicé en él parte de la rabia acumulada, no era capaz de perdonarle, y tampoco era para tanto… , quizá el hecho de saber que se encontraba dolido y que ignorándole le hacía daño, me impulsaban a tensar la cuerda y hacer que sufriera.

Con Sebas sí alternaba, después de todo llevaba el mantenimiento de la comunidad del edificio, a veces coincidíamos en su descanso, y si estaba en casa, le invitaba a tomar unas cervecitas, para darle cobijo y que en su horario de trabajo pudiera refrescarse como es debido, yo le daba un escondite seguro, y el me daba la compañía moral necesaria para alguien que está todo el día bebiendo.

Como dos buenos solterones, en esas noches de aburrimiento en las que no había ganas ni de bajar al Irish Pub de la esquina, cenábamos unas pizzas o del chino, en la terraza del apartamento viendo a la gente pasear, familias perfectas, felices, sonrientes, con niños perfectos y amigos perfectos en sus PUTAS vidas perfectas.

El hecho de haber perdido contacto con Eva, ya que El Havana se encontraba algo retirado para ir andando, y para que negarlo, guardaba un ligero resentimiento hacia ella, sentía como que me había traicionado dejándome abandonado al pairo, una nave sin tripulación navegando en alcohol, desamparado. Su ausencia, hizo que pensara más en Domingo, así que hablando con Sebas quedamos en organizar una barbacoa en casa para hacer las paces.

Lo bueno de tener un colega que se dedica al mantenimiento, un profesional cinturón negro de las chapuzas, es que puede conseguir material de manera rápida y barata. A los tres días de decidir preparar la barbacoa, aún resacoso de una noche que podía calificar como tranquila, ya que despertaba en casa, e incluso recordando claramente que la había pasado en el odonghues, el Irish Pub de la esquina, hablando en un inglés oxidado, y para complicarlo más, con la lengua gorda dentro de mi boca alitosa, con unas jóvenes mochileras irlandesas de turismo en una ruta que les llevaba por toda Andalucía, Sebas tocaba el timbre del apartamento.

-¡Buenos días hermano! Me dijo tendiéndome un café en un vaso para llevar bebidas calientes, deja paso a mis colegas que vamos a preparar un buen chambao en la terraza para la barbacoa.

- ¡Joder Sebas! ¿Pero qué coño has traído? Le pregunté asomandome al pasillo donde se acumulaban plantas, sillas, mesas y demás utillaje que no acertaba a imaginar que podía ser.

-Tu confía en mi. He hablado con Jane, la administradora y nos ha dado permiso para decorar con algunas cosas de la comunidad la terraza, después de todo, queda bonito enluce la fachada del edificio y sube el caché, por cierto habla muy bien de ti, a ver si me voy a tener que poner celoso, me dijo guiñando un ojo.

- ¿Que dices tío? Casi podría ser mi madre..., ¡Vamos no me jodas!.. Caí en la cuenta de que él si le había dado con todo lo gordo.

- Si ya, no te jode el milindres por la mañana, pero si ya te conocen en todo el puerto y parte de Estepona, yo creo que hasta en Casares hablan de ti, “como el percutor venido de Madrid, sin escrúpulos ni listón, el joven alicaído por un desamor, que es capaz de meterla en un ventilador”, esto último lo dijo cantando con una mezcla de regueton y rap cutre, bailando desacompasadamente, yo no pude más que callarme y dar un sorbo al café, echarme a un lado asumiendo el palo y dejar que pasaran los colegas de Sebas con todos los bártulos.

-Haz lo que te salga de la polla esa gorda que tienes cabrón, le dije con mi rabo entre las piernas en dirección al colchón, que aún seguía en el suelo del dormitorio, con las partes de la cama apoyadas en la pared después de mi experiencia con Nuria.

Comprometido fervientemente con mi año sabático, y a pesar de los golpes, el ruido de taladros y voces entre Sebas y los dos ayudantes que venían con él, no hice el mínimo esfuerzo por asomar el hocico del dormitorio no fuera ser que se les ocurriera darme alguna tarea, mi mayor esfuerzo era para no hacer nada, aburrirme mi misión, preferí dormitar en el colchón hasta que pasó un buen rato en el que dejé de escuchar ruido, aún así, con cautela salí de la habitación, pero efectivamente, ya no había nadie en el apartamento.

Mi estomago rugía, no había comido nada desde… no sé, anoche, ayer para desayunar… Abrí la vieja nevera encontrándola como siempre, repleta hasta los topes de aire.

En la puerta una litrona de cerveza por la mitad, posiblemente se la habría dejado Sebas, un tomate mohoso en la rejilla de arriba, “quien habrá traído ese tomate y desde cuando lleva ahí” traté de recordar. En la última rejilla quedaban unas latas de atún, cogí una, la abrí quitando el aceite que tiré por el fregadero, “ para qué le echaran el aceite”, me pregunté, desde luego yo siempre lo quito, como hacia con el liquidito de los yogures hasta que me enteré que era la mejor parte. “Divagaciones habituales de alguien que tiene mucho tiempo, o me estoy volviendo loco”, me encogí de hombros y salí a la terraza mientras empujaba con el tenedor un pedazo atún.

-¡ La Virgen! Exclamé en alto. Menudo cambio. La terraza del apartamento parecía un chiringuito, unos toldos blancos, cesped artificial cubriendo el suelo, mesa y sillas de teca con cojines a rallas azules y blancas, varias macetas con bugambillas de color rosa colgaban por la balaustrada y las paredes, y en cada una de las esquinas una maceta de por lo menos un metro cubico con cuatro pinos de un metro cincuenta de altura. Una barra de bar portátil de chapa junto a la barbacoa y todo al rededor de la terraza una guirnalda de bombillas de baja intensidad.

- ¡Que tío más grande el Sebas! dije en voz alta repasando cada detalle con detenimiento.

Me había encargado de hacer la compra, la nevera rebosaba en cervezas y hielo, para comer, carnaza, unos buenos chuletones y por si nos quedábamos cortos, chorizo, morcillo y panceta, elementos esenciales en toda barbacoa que se precie. Quería corresponder bien a Sebas por el trabajo y el esfuerzo desinteresado por arreglar la terraza, y además hacer de mediador para que hiciera las paces con Domingo, en definitiva estaba demostrando ser un buen amigo y me apetecía reconocérselo, así que luchando contra la apatía que incrustada en mi ánimo arrastraba como “leitmotiv” recogí el apartamento , hice la compra y dispuse la mesa con algo de picoteo. Realmente íbamos a ser solo los tres, aunque contaba con que Jane y los dos colegas que ayudaron a Sebas en el chambao se pasaran a tomar algo.

El reencuentro y hacer las paces con Domingo fue tan simple como somos los hombres para casi todo,

-Lo siento Alex. Me dijo Domingo nada más entrar en el apartamento.

-No pasa nada hermano, no hay nada que perdonar, dame un abrazo.

-Espera que dejo el bizcocho en la mesa “Brother”, un abrazo, unas palmetadas en la espalda y como si no hubiera pasado nada.

La noche era agradable, después de que Jane pasara por el apartamento, sobre todo para echar un vistazo a lo que Sebas había organizado en la terraza, con material que era sufragado por la comunidad, y de paso controlar el estado general del apartamento, que por suerte había tenido la brillante idea de limpiar, cociné para mis dos colegas unos gruesos chuletones al punto que degustamos con un par de botellas de vino tinto.

Ya en la sobremesa Domingo se frotó las manos,

- Momento del bizcocho, dijo emocionado.

- ¡Buf! No se si voy a poder tío. Dije pasando la mano por mi estómago, estoy petado.

-No jodas macho es una receta especial con ingredientes secretos que he cocinado especialmente para la ocasión.

-Bueno va… Por no hacerte el feo, y cogí un pedazo del bizcocho que me llamó la atención que hubiese cocinado Domingo, seguramente era comprado, o se lo había preparado la madre o la abuela, el caso es que estaba jugoso y entraba bien, total…, con el vino para empujarlo por la garganta tampoco distinguía mucho el sabor.

Ya habíamos cambiado de tercio, yo como siempre fiel a mi güisqui Johnnie, Sebas y Domingo bebían ginebra, estábamos pasando una velada tranquila, agradable, en la calle se escuchaban los coches entrar en el puerto con sus ocupantes acercándose a los restaurantes para cenar, otros paseando para bajar la cena ya deglutida, y otros, la gente más joven, que ya se encaminaban a los bares de copas. Poco a poco nuestras risas fueron subiendo de tono, manteníamos una conversación tribal y nos meábamos de la risa, recuerdo el momento en el que pensé que el vino me había pegado más fuerte de lo esperado a pesar del chuletón, pero no podía ser, estábamos de subidón, pusimos música a elevado volumen y bailábamos asomados a la balaustrada, viendo a la gente pasar, señalando a cualquiera que nos llamara la atención por cualquier detalle insignificante y nos partíamos de la risa.

-¡LA LA LA LAIIIII! Cantábamos abrazados.

-¿Pero que coño pasa tío que vino era ese? Pregunté a mis colegas,

- ¡NO ES EL VINO! Hermano es el bizcocho.

- “El bizcocho de la risa, con un ingrediente secreto, una resina fina, fina, de primera calidad, elaborada en Marruecos, dijo Domingo levantando los brazos al cielo y bailando.

-¡No me Jodas Domingo! Miré a Sebas con cara de asombro sin poder dejar de bailar.

-Si tío, me confirmaba él, yo ya lo he probado antes, es de lo mejor, me decía dando una extraño y desacompasado paso de baile.

-¡Me cago en la putaaaaaaa…..! Estoy drogadooooooooo….!!!!! Grité por la terraza.

-¡HEY Alex, Alex! Un coro de mujeres gritaba mi nombre, y yo miraba al cielo, las estrellas me llamaban, ¡Alex here man! Y mirando hacia abajo vi a las chicas Irlandesas con las que la noche anterior estuve hablando en el Iris Pub, habían salido de fiesta y allí teníamos una gran fiesta.

¡Heeeeyyyyyy Girls! ¡Hello, come here we have a party! Les decía haciéndoles señales para que subieran al apartamento.

-¡Y nosotras qué! Escuche otras voces femeninas que me sonaban, miré hacia abajo y era evidente que la droga del bizcocho me estaba haciendo un efecto fuerte, veía doble, y era como si me hablasen dos subrayadores fluorescente gigantes una rosa y otro amarillo.

-Domingo estoy flipando, ¿Qué ves tu ahí?

-¡Coñooooooo! ¡Esas chicas guapas! Noe, Natalia ¡Subid! Les gritaba Domingo.

-¿Las Gemelas? Pregunté ya con la voz pastosa sin lograr enfocar bien la vista pero sin dejar de bailar. ¿Y por qué van disfrazadas?

-No sé tío, van toda buenas. Contestó Domingo mirando los cuerpos estilizados de las dos gemelas que habían sustituido a su hermana Eva para el verano en la cafetería.

Quizá Domingo estaba más acostumbrado a su ingrediente secreto y el efecto alucinógeno era más débil en él.

Es cierto que las Gemelas vestían en colores fluorescentes, unos monos ajustados, de pantalón corto y sin mangas, ambas con coletas a los lados, labios pintados en rojo sangre y tatuajes con brillantina por los brazos, pero de ahí a confundirlas con los marcadores que utilizan los estudiantes para destacar lo importante de los textos de estudio, había un mundo, el mundo que mi cabeza embriagada estaba creando para mí.

La terraza del apartamento estaba a rebosar, y quince minutos después de que toda la gente que había subido hubiese probado una pequeña porción del bizcocho de la risa, todos bailaban flipando.

Estábamos colocados, gracias a ello había dejado de beber Johnnie y no fui empeorando mi desinhibición, algo de consciencia mantenía. Recuerdo que sonaba la canción de Ed Sheeran “Galway Girl” y las chicas Irlandesas se vinieron arriba marcándose el baile de folclore de su país, una danza Irlandesa en el que van dando saltos sin mover los brazos, algo parecido al claqué pero mas estático, el caso es que lo bailamos todos, y yo no tengo ni puta ideas de bailar, tengo el mismo sentido del ritmo que una palmera.

Sudando y cansado de reír y abrazarme a unos y a otros, me vi arrastrado por las gemelas a mi dormitorio, sus cuerpos se desdoblaban, era como si al moverse imágenes de ellas difuminadas permanecieran en el espacio tiempo.

Sobre mi colchón desnudos rodábamos hacia un lado y otro, una me besaba por la espalda, otra por el pecho, y yo de una a la otra, en un ritual con una carga erótica de alta tensión. Sus piernas infinitas, se entrelazaban entre las mías como las serpientes lo hacen cuando se aparean, eran dos mujeres pero parecían cien. Toda mi piel notaba su presencia, sus cuerpos se restregaban con el mío provocando que mi temperatura subiera cien grados, me faltaba el aire sumergido en un festival carnal, hipnotizado como los marinos por las temidas y mitológicas sirenas, sus gemidos de placer eran seductores cantos de sirena, yo me dejaba arrastrar el fondo del mar sumido en el éxtasis y el deleite, una me besaba en la boca y me ofrecía sus pechos para que se los besara, la otra con mi miembro erecto entre sus labios me iba a hacer explotar de placer. Y de repente va..., y me mete un dedo por el culo, así..., sin avisar, sin pedir permiso, coño esas cosas se hablan, y a la vez que daba un respingo eyaculaba en la boca de una de ellas, era contradictorio una mezcla de placer intenso, mezclado con sorpresa y la inquietud que genera una experiencia nueva que te viene por detrás y sin esperarlo.

-¡No No NO! ¡Ufffff! Me corría y ella seguía con la mejor mamada que jamás me habían realizado, pero ese dedo ha entrado en zona virgen y  quiero que siga así.

Intentaba zafarme, una de las gemelas se puso a horcajadas sobre mi pecho y me dio una doble bofetada de derecha a izquierda y viceversa.

-¡Calla esclavo! Me gritó.

-¡Fuegoooo! ¡Fuegooooo! Grite desesperado y aprovechando la sorpresa que generé en ambas me logré zafar de ellas.

-¿Que gritas? Me preguntaron al unisono.

- No sé, no tenéis una palabra clave las dominatrix..., pues eso.

-Anda tonto bésame la boca, me dijo una mientras la otra se acercaba como una pantera a punto de saltar sobre un corderito.

-¡ Ni de coña! Si me acabo de correr en tu boca. Le grité casi asustado. Ellas se rieron. Se miraron una frente a la otra, se acariciaban sus delgados cuerpos con un baile sensual y se besaron en la boca.

-¡Joder, JODER Que sois hermanas! Grité en algo parecido a un aullido. Me miraron sorprendidas como a quien le acabas de desvelar un oscuro secreto, se rieron y volvieron a besarse intercambiando sus fluidos genéticamente iguales al ser gemelas mezclado con mi semen.

-¡Que puto asco! Dije mientras daba una arcada.

Justo en ese instante la puerta del dormitorio se abrió de un fuerte golpe, dos de las chicas irlandesas venían enrolladas, dándose el lote, sobándose la una la otra de manera casi obsesiva. Nos quedamos los cinco mirándonos los unos a los otros, claramente mi mirada entre sorprendida y asustada me eliminó de la ecuación que se estaba gestando, las miradas lascivas entre las cuatro dio resultado positivo y entre ellas iniciaron un ritual para mi más que erótico, casi satánico.

-¡Ala, Ala, yo me piro! Dije buscan algo que ponerme y pensando que si se pudieran quedar embarazadas por la boca, en unos mese sería hijo de cuatro putos demonios, mi esperma corría por ellas.

En la terraza Domingo aún bailaba como un chamán en éxtasis alrededor de un fuego compartiendo un porro con alguna de las irlandesas, en el sofá del salón dormitaba Sebas, desnudo, a su lado una mujer que no recordaba conocer dormitaba aun con el rabo de Sebas en la mano.

Me fui al baño, abrí el grifo y me quedé mirando el agua corriendo, “Será el puto agua de este sitio pensé”, me miré al espejo y por primera vez en mucho tiempo me vi, y traté de recordar, había huido de mi imagen para no tener que avergonzarme de mi existencia, para no echarme en cara mi comportamiento, mi actitud ante la vida y como estaba afrontando mi existencia, simplemente sin afrontarla, dejando que corrieran los días sin proyecto ni otra intención que emborracharme hasta quedar dormido por agotamiento.

Había perdido peso, el pelo desaliñado y largo, el flequillo me tapaba los ojos, sin afeitar con una barba que no terminaba de salir por toda la cara, aunque, para mi sorpresa, con algunas canas, en términos generales, estaba bastante demacrado y sangraba levemente por la comisura del labio como consecuencia de unos de los bofetones que me había sacudido una de las gemelas.

Salí del apartamento, necesitaba despejarme, estar solo. En el puerto había grupos de jóvenes caminando de un pub a otro, la música se mezclaba con las risas y las voces, el ruido de los coches entrando y saliendo me abotargaban. Necesitaba tranquilidad, y sin darme cuenta fui caminando por la playa del Cristo hasta El Havana , estaban cerrando, dos camareros se despedían de Eva que se encontraba tras la barra haciendo caja.

La estuve observando un rato desde la oscuridad que me brindaba la playa. ¿Por qué he venido hasta aquí? Me preguntaba con una preocupación que nacía del fondo de mi espíritu inundado por oleadas de desaliento, y la respuesta me asustaba.

Mis pasos subconscientemente me empujaron al lugar del que mi corazón huía, situándome en una encrucijada a la que no quería enfrentarme.

Eva levantó la vista hacia donde me encontraba, quizá no me veía pero dudé, di unos pasos acercándome y la saludé tímidamente con la mano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario