Cuando la vida cansa.
El caminante no sentía dolor en aquel bosque infinito de sabiduría, rodeado de altas torres que desafiaban con arrebatar las altas nubes al mismísimo cielo. Aunque aún no recordaba los detalles de su vida, ni tan siquiera su nombre, sabía que estaba enfermo.
Una larga enfermedad que le había arrastrado por un camino de afiladas piedras hasta roerle los huesos, llenándole de inseguridades, vaciándole de certezas. Y si se encontraba en ese lugar era porque estaba en el tránsito, a morir, o a otro despertar. Podría ser un sueño, tan solo una alucinación de un cerebro borracho de analgésicos o ser real.
Pero qué es realidad o ficción, cómo saber distinguir una de otra, que marca la diferencia de vivir en un mundo virtual o material.
Quizá que la vida cansa. Quizá cuando tienes ese sentimiento de no poder afrontar un día más, que te falten las fuerzas y no encuentres motivación para salir tan siquiera de la cama sea la manera de saber que estás en el mundo real.
Quizá sea el dolor lo que define la realidad, y da igual si el dolor es físico o emocional, provocado por una enfermedad o por cualquier fatalidad de las que con el paso de los años vas conociendo. Es el dolor lo que te da la conciencia de realidad, es la pena, es el sufrimiento. Es la herida...
—Silas...¿Me podrías decir por qué la vida cansa?
La voz de Silas surgió de la suave brisa que acariciaba hojas y ramas que parecían susurrarle la respuesta que tenía que dar al caminante...
— La vida cansa porque el cuerpo pesa y es exigente, necesita nutrirse para crecer, es frágil y se desgasta. Envejece y enferma. El corazón y la mente no se detienen, si lo hacen, la vida terrenal llega a su fin, necesitan energía constante.
Pero también está el alma, que camina de la mano del cuerpo. Y como él se agota. Se agota con la culpa, con la envidia, con la ira. Cansa adaptarse. Cansa vivir bajo imposiciones, cumplir con expectativas ajenas. Sostener un personaje que no eres, puede llegar a ser extenuante.
La vida cansa por que te moldea como el viento y el agua erosionan la piedra. Y a veces, golpea con tanta fuerza que te rompe en mil pedazos.
— Pero...¿Cómo afrontar todo eso? preguntó el caminante levantando los brazos al cielo.
El viento sopló con fuerza. las ramas más altas comenzaron a mecerse, curvándose en la misma dirección que soplaba el viento, algunas hojas cayeron, incluso trozos de ramas se quebraron golpeando contra el suelo y cayendo sueltas entre la vegetación.
—Sin luchar —contestó Silas, con la serenidad de quien ha vivido muchas vidas en una sola—. No todo hay que conseguirlo, resolverlo, resistirlo o vencerlo.
Ese impulso de controlar, de forzar, de definir lo que debe ser… es lo que más agota el alma. Queremos que las cosas sean como las imaginamos, como las deseamos, y cuando no lo son, sufrimos. Rechazamos lo que simplemente es.
Hizo una pausa breve...
—Mira las ramas de esos árboles: se mecen con el viento, no se oponen a él. Ceden, fluyen. No se quejan cuando el invierno las despoja de sus hojas. No lloran por las ramas caídas. Cicatrizan en silencio y se mantienen firmes. No porque no sufran, sino porque han comprendido el ciclo.
Eso no es rendirse. Es aprender. Aprender a vivir sin exigir que la vida sea otra. Aprender a dejar de pelear con lo inevitable. A dejar de buscar la perfección en cada detalle. Lo que aceptas —no con resignación amarga, sino con comprensión profunda— te transforma.
—Pero... ¿y si no puedo aceptar? —susurró el caminante.
—Entonces no aceptes —respondió Silas, con dulzura—. Solo observa. Observa lo que sientes, sin juzgarlo, sin querer cambiarlo. La conciencia de lo que es… ya es un principio de transformación.
El caminante respiró profundo y sin hablar se preguntó así mismo. ¿Y si me quiebro?
Silas resonó dentro de su cabeza.
Entonces quiébrate. No estás hecho para ser indestructible. La autoexigencia puede ser más devastadora que un huracán azotando la costa. La vida no está para resistirlo todo, sino para sentirlo. Permítete caer y descansa, si dejas de luchar contra tu propia fragilidad nacerá en ti algo nuevo, más sabiduría. No necesitas ganar todas las batallas, solo estar. Respira y escoge vivir aún cuando vivir duela. Porque eso también, quizá sobre todo eso, es darle una oportunidad a tu libertad.
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