lunes

Un nuevo proyecto

ESTE ES EL INICIO DE UN NUEVO PROYECTO, LOS PRIMEROS TRAZOS DE UNA NUEVA HISTORIA POR DESCUBRIR.
El olor era a verano, y el calor en la habitación en penumbra, con la persiana desenrollada y la ventana abierta, para que un aire espeso, vago y remolón, que se resistía a correr a esa hora de la tarde penetrase, ratificaban la entrada en el solsticio.
Federico, tumbado en la cama boca arriba, lanzaba rítmicamente  una pelota de goma-espuma al techo, tratando de darle un efecto de rotación, para que justo en el momento de rozar con la cal se produjera una atracción, que hiciera que la pelota se pausara en el aire, señal de que con su mente había conseguido parar el tiempo.
La casa de sus abuelos sí qué estaba anclada en el pasado, los muebles del dormitorio donde se encontraba, debían de tener cien años. El aroma de esas maderas era de otra época, quizá de la misma, en la que el Jesús crucificado que coronaba sobre el cabecero de la cama, transitaba por los senderos de la tierra tratando de convencer a los ciegos en la Fe, de lo afortunados que eran por vivir y poder dar vida. Amar y ser amados. Morir y resucitar.
Ese crucifijo siempre le causaba una mezcla de respeto y miedo. El cristo crucificado, con la corona de espinas. Los detalles de la sangre corriendo por su costado, por sus manos y sus pies. A pesar de tener la barbilla apoyada sobre el pecho y los ojos cerrados, le daba la sensación de que le observaba, de vez en cuando y sorpresivamente le echaba un vistazo, pensando que iba a encontrase al Jesús de la cruz con la cabeza erguida y los ojos abiertos, mirándole.
Entonces le podría preguntar por qué, cuál era el motivo de que a sus trece años, solo hubiera conocido enfermedades y achaques físicos de toda índole. Su hermana gemela, Rita, era un portento, una atleta que desbordaba energía y la salud de un roble. Él, no era más que una sombra a su lado. No era justo. Se preguntaba si su hermana durante el periodo de gestación le robo la parte de energía que le correspondía en derecho, o quizá fue él el error. Un poco de la magia de la vida se escapó de su hermana y se formó la suya como una especie parasitaria, restándole a ella la pizca, que hubiera hecho de Rita una súper-heroína de comic.
La lista era larga, era alérgico a la palabra alergia. Al sol, al frío, al chocolate, las fresas, los ácaros, el latex. Sufría de asma. Padeció de incontinencia hasta los ocho años, sin un motivo aparente, por lo que hasta esa edad uso pañales para dormir. Llevó botas ortopédicas y continuaba usando plantillas para sus pies planos. Tuvo un drenaje en un oído y lo más grave, pero que afortunadamente fue detectado a tiempo, tanto que el no recordaba otra forma de ver, fue el retinoblastoma.
Ese leve reflejo en su ojo izquierdo como el de los destellos rojos de las fotos o el de los gatos iluminados en la noche por una fugaz luz, resultó ser un cáncer ocular que afecta a cuatro niños de cada millón, y como no iba a ser menos, eso también le tuvo que pasar a él.
Si alguna vez consiguiera sorprender al Jesús de la cruz mirándole a la cara, le podría preguntar, por qué. Él quería ser como los demás, como su hermana o sus primos, los vecinos y los compañeros de clase. No comprendía que mal había hecho para merecerse esos infortunios, era el patito feo, el pupas, el reserva del reserva del reserva, del que está en banquillo del equipo de fútbol y que tiene asumido, que antes de poder entrar al campo a jugar, lo haría la mascota disfrazada de pollo amarillo simpaticón, rechoncho y de alas cortas.
En el salón de la casa se escuchaba una copla. Una de esas que solo escuchan los abuelos. En el patio interior del bloque de viviendas los sonidos rebotaban incrementado sus decibelios, cuando coincidían varias de las vecinas tendiendo la colada, entre cuchicheos de toda índole, desde sus estrechas terrazas. El patio cobraba vida convirtiéndose en un lugar bullicioso de cotilleos vecinales, un radio macuto. El foro local para criticar y ser criticado, con eso y el parte de las noticias de la tele como complemento, estabas a la orden del día en lo respectivo a lo necesario del conocimiento universal.
En ese momento solo se escuchaba el chapoteo del agua y los golpes al lavar algo de ropa en una pila de piedra. De las de antes, para lavar a mano, y que aunque había sido relegada por las lavadoras automáticas hacía décadas, aún era usada de vez en cuando, casi como una ceremonia tradicional, un homenaje a lo antiguo, al pasado, algo anacrónico, pero quizá no tanto en la casa de sus abuelos, que para Federico era como hacer un viaje en el tiempo a una época anterior.
Federico decidió asomarse para averiguar quién era la persona que le acompañaba en ese viaje espacial al pasado. Con esa imaginación ultra-desarrollada  debido a las horas de lectura intensiva, efecto secundario de pasar más de la mitad de su vida entre las salas de espera de centros de salud y hospitales, que le habían convertido en un devorador de libros. Absorbía conocimientos como la aspiradora succiona las migas del pan caídas en el suelo. Era un cíclope enclenque con un cerebro musculado. Su imaginación era tan poderosa que al sumergirse en un libro construía en su mente los lugares y personajes que iba descubriendo en la lectura de una forma tan intensa, que podía perderse en cualquiera de esos mundos y sentir todo lo que ocurría, tanto como si fuera en la vida real, llegando incluso a confundirlos.
En ese momento era un lince que se aproximaba a su pieza con sigilo, poco a poco se arrastraba entre la maleza hasta llegar al borde del prado donde sería visible. Apoyó con cautela la mano sobre la persiana verde de laminas de madera astilladas, unidas por alambres oxidados. Empujo ligeramente tratando de no hacer ruido, para poder observar con detenimiento sin ser descubierto, descansando sobre el alfeizar de la ventana su estómago.
La luz golpeó con intensidad deslumbradora sobre su visión, hubo un segundo de ceguera absoluta, uno de sus mayores miedos. Enfocó la vista y pudo observar en el piso de abajo el origen de los ruidos. La lavandera era una señora de unos cuarenta años, que se afanaba en su que hacer, retorciendo y sumergiendo la prenda de tela vaquera en un agua espumosa y blanquecina, restregándola contra los relieves romos de la pila. Al inclinarse sobre la piedra y debido a que la señora solo llevaba puesta una fina bata de verano sin sujetador. Ésta, dejó al descubierto unos generosos atributos, Federico se sorprendió ante la visión, y esa sorpresa desencadenó una serie de acontecimientos inmediatos, que daban el inicio oficial a su llegada al pueblo. Posiblemente, había batido la plusmarca de tiempo en la que pasaría a ser noticia nuevamente  en el foro popular del patio. Federico estaba de vacaciones en casa de los abuelos y en tan solo unas horas la había vuelto liar.
Ya lo tenía asumido, otra lacra que marcaba su azaroso destino. Si en la parada del autobús en un día lluvioso esperaba junto a veinte personas más, y un vehículo pasaba levantando el agua de un charco frente a ellos. Él se llevaría la peor parte, mojaría a casi todos, sí, pero él quedaría calado hasta en el tuétano de sus huesos. Si iba de excursión escolar y sobre las sesenta cabezas de niños inquietos pasaba un solo pájaro que le diera por aliviar sus tripas, la plasta caería sobre la suya. Si en cualquier banquete por alguna ceremonia familiar, una boda por ejemplo, donde se habían reunido más de cien personas, un camarero tenía que derramar la sopa sobre alguien. ¿Estadísticamente, cuantas posibilidades cabrían para que fuera sobre él, más aun cuando no iba a tomar  sopa? Pues por raro que pudiera parecer, era él la victima de la torpeza del camarero novato. Si a Federico no le pasaba algo, era como unas Navidades sin regalos,  un verano sin helados  o un filete sin su sal. Él asumía estoicamente que le ocurrieran esas cosas. Ahora apoyado en la pared bajo la ventana, había dejado de ser el lince y pensaba que explicación dar sobre el asunto, aunque después de todo, él no tenía la culpa de lo que acababa de ocurrir.
En el patio, se podía escuchar la voz nerviosa de la lavandera entre exclamaciones, mencionando a la Virgen María. Aun sin mirar, podía verle  la cara, con gesto confuso y haciéndose la señal de la cruz.

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