Entradas

Mostrando entradas de julio, 2025

El apego.

El sendero se estrechaba hasta casi desaparecer, entre árboles, maleza que trepaba por los troncos y vegetación que, desde la tierra, luchaba por beber los escasos rayos del sol que llegaban al suelo. Ramas viejas, fracturadas, caían sobre el camino e impedían el avance del Caminante. Algunas de aquellas ramas seguían unidas al tronco tan solo por jirones de corteza: ya no recibían savia, no daban brotes, y sin embargo restaban fuerza al árbol que las sostenía. Se aferraban a un tiempo que había pasado para ellas. El Caminante intentó apartar una de esas ramas secas con las manos: estaba hueca, casi inerte, pero pesaba como si contuviera toda la melancolía del bosque. —¡Cuánto cuesta avanzar cuando lo muerto no se suelta! —murmuró, sin aliento. Silencio. Solo el crujido del propio esfuerzo. Luego, la voz de Silas —calmada como agua profunda— sonó detrás de su pecho: —Aquello que no rinde savia y, aun así, permanece unido, se llama apego. ¿Ves cómo drena la vida al tronco? Del mismo...

El Duelo.

  La niebla del bosque era densa, surgió de la nada, cegándole el sendero. El Caminante avanzaba despacio, como si cada paso le costara recordar el propósito de su andar. Algo pesaba en su pecho, un sentimiento que no se disipaba. En su interior, la pena era como un animal dormido que despertaba con el más leve recuerdo. Como cuando llegó por primera vez al bosque y, al acercarse a la niebla, notó la mano que sujetaba la suya; las siluetas humanas sin rostro que, aunque no podía nombrar, sentía cercanas. Su familia. A la que no recordaba… pero cuyo amor aún latía en su alma. Aunque no pudiera ver sus rostros, sentía su presencia como un abrazo suspendido. —Silas... —llamó, apenas en un murmullo—. ¿Por qué duele tanto perder a quienes amamos?  La voz del guía surgió pausada, como si también él respirara hondo antes de responder: —Porque no se pierde solo un cuerpo, sino un espejo del alma. Una parte de ti. A veces, incluso, el propósito de la vida.  Una madre que te dio el...

Ecos de soledad entre millones de estrellas.

  La noche había caído como un manto de terciopelo sobre el bosque. El Caminante, tras lo que le parecieron horas de marcha, alcanzó un claro desde el que se abría el cielo en toda su inmensidad. Se tumbó sobre la hierba, con la vista fija en las estrellas. Aquellos puntos de luz no parecían simples cuerpos lejanos de gas y fuego. Había en ellos una vibración sutil, como si fueran ojos que lo observaban desde otro plano. —Silas... —susurró sin mover los labios—, ¿Estamos solos en este universo? Silencio. Solo el susurro de los árboles. Y luego, la voz suave y envolvente que parecía emanar del propio cielo: —No lo has estado nunca. Ni tú, ni nadie. —¿Existen otros mundos, otras formas de vida más allá de la Tierra? —Desde luego —respondió Silas—, pero no son únicamente como las imaginas. No todos son de carne. Algunos son de luz, otros de sonido. Hay conciencias que nunca han habitado un cuerpo. Y hay almas que caminan en planos que tus sentidos aún no saben nombrar. —Entonces...

Libre albedrio o destino escrito.

  El caminante del bosque tomó nuevamente el sendero, caminando entre árboles milenarios que guardaban en su interior la historia de todo lo vivido. En sus anillos, ocultos bajo la corteza, estaban escritas las huellas de sequías y abundancias, de fríos extremos y calores benignos, de enfermedades antiguas y fuegos devastadores. Dos anillos por cada vuelta al sol, dos cicatrices o celebraciones por año. ¿Cuánto sabrían aquellas torres de madera y savia, de hojas que hablan al viento y raíces que sienten? Bajó la vista y contempló esas raíces gruesas, retorcidas, saliendo del suelo como venas expuestas que se hundían para reencontrarse bajo tierra. Se cruzaban, se enlazaban, se abrazaban en una red invisible que, intuía, les permitía comunicarse. Y entonces lo comprendió: el bosque entero era un solo latido, un único pensamiento. Aquella vasta red de raíces le hizo pensar en el conocimiento compartido por los árboles durante milenios, como si todo lo vivido en el bosque se hubiera ...